« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
HOMILÍA
Nos hemos acercado a la Palabra de Dios a través de los textos bíblicos que nos han sido proclamados en este domingo número diez y ocho del tiempo ordinario. La primera lectura la hemos tomado del libro del Éxodo y nos ha relatado un episodio ocurrido en el transcurso de la larga marcha por el desierto que realizó el pueblo de Israel antes de alcanzar la tierra prometida. Las penalidades de la marcha se agudizaron por la falta de alimento. Muchos llegaron a añorar ese pasado en el que fueron esclavos de los egipcios, sí, pero en el que podían comer. Otros se rebelaron abiertamente contra Moisés. La empresa de liberación parecía estar en peligro. El Señor, sin embargo, va a proporcionar la solución a través de fenómenos naturales: una bandada de codornices emigrantes que caen extenuadas en el desierto, convirtiéndose en presa fácil para los israelitas; y el maná, una especie de resina o rocío comestible producido por unos arbustos antes de la salida del sol. Ambas eran realidades normales de aquella zona pero, por su oportunidad, se interpretan como actuaciones providenciales de Dios.
Él muestra su preocupación, su amor, su solicitud por el pueblo no a través de milagros espectaculares sino por medio de realidades que están ahí, muy cerca de ellos. Hoy también ocurre lo mismo. El amor entrañable y cercano del Padre Dios se derrama sobre cada uno de nosotros, todos los días. ¿Lo sabemos ver? ¿Somos conscientes de ello? ¿Nos damos cuenta cómo Él llega hasta nosotros en los buenos ratos compartidos, en la amistad de los amigos, en el amor que nos regalan los demás, en la sonrisa que nos dirigen, en el apretón de manos que nos dan?
La segunda lectura la hemos tomado de la Carta de San Pablo a los cristianos de Efeso. Les dice algo que debería ser muy normal en todos los que somos creyentes en Jesús: que vivan como cristianos. Que no lo sean solo de palabra. Que su vida, su actuación, su comportamiento proclame a los cuatro vientos que son cristianos. Esta llamada es hoy más urgente que nunca. Ser cristianos no puede reducirse a estar inscritos en los libros parroquiales o a recibir puntualmente algunos sacramentos. Nuestra fe en Jesús es, debe ser, compromiso, servicio, entrega, vida siempre.
En el relato evangélico hemos contemplado a un Jesús que, tras haber realizado el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, pronuncia un importante discurso. El maná que recibieron los israelitas en el Antiguo Testamento era un símbolo de Él mismo: “Yo soy, decía Jesús, el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mi, no pasará nunca sed.”