HOMILÍA
Celebrada, el pasado domingo, la Solemnidad de Cristo Rey, comenzamos hoy el Tiempo del Adviento de la mano del evangelista San Marcos. En el horizonte cercano, tenemos la Navidad, la fiesta del Nacimiento de Jesús y, antes, como no podía ser de otra manera, la celebración de la Virgen Inmaculada, de la Madre que nos lo trae. Ella es la que mejor nos puede enseñar a esperar a su Hijo, eso sí, con la ayuda de los antiguos profetas del Antiguo Testamento y de las palabras de los apóstoles y discípulos de Jesús. Vivamos con intensidad este tiempo fuerte del Adviento leyendo la Palabra de Dios y participando, más habitualmente de lo normal, en la celebración de la Eucaristía.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Isaías. Hagamos nuestras sus palabras: “¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses”! Bueno es que hagamos nuestro este deseo apremiante de que el Señor venga a nuestras vidas y las llene de paz y de amor. Sabemos que es cierta esa frase que calienta nuestros corazones: “Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano.” En este tiempo de Adviento, dejémonos modelar por Él.
La segunda lectura, de San Pablo a los Corintios, nos ha recordado que, en Cristo, hemos sido enriquecidos en todo mientras aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él nos mantendrá firmes hasta el final. Que nuestra plegaria de estos días vaya en esa dirección. El Jesús que nos espera al final, nos llenará de fortaleza en el camino.
El evangelio de Marcos nos ha insistido, una y otra vez, en la misma idea, aunque con distintas palabras: Vigilad, velad. El tiempo del Adviento nos invita a crecer en esas actitudes que nunca deben faltar en la vida de un cristiano. No podemos dejar pasar los días sin más ni más. El Señor está cerca. Preparémonos, ya desde hoy, para recibirle bien.
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