HOMILÍA
El camino del Adviento, que comenzó el pasado domingo, va dando sus pasos, nos va ofreciendo pautas de comportamiento, nos acerca al mensaje de los antiguos profetas que anunciaron la venida del Mesías, nos presenta a personajes excepcionales como Juan el Bautista, nos insiste en la austeridad y en la sencillez, nos habla de ese Jesús del que nosotros estamos llamados a ser precursores, anunciadores de esa llegada suya que inundará de paz nuestros corazones.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Isaías. En ella, hemos vuelto a escuchar las conocidas palabras: “Consolad, consolad a mi pueblo.” Un pueblo que vive en el destierro, lejos de la patria. ¡Qué bueno sería que nosotros hiciéramos nuestras estas palabras! Consolemos a los que lloran, a los que sufren, a los enfermos, a los que lo están pasando mal. ¡Qué mejor forma de esperar, al Jesús de toda Navidad, que dedicarnos a aliviar la suerte de nuestros hermanos!
La segunda lectura, del apóstol San Pedro, nos dice dos cosas muy importantes. La primera: Que Dios tiene una inmensa paciencia, que no se cansa de esperarnos cuando nos alejamos de él. La segunda, literal: “¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios!” ¡Ojalá que, en este adviento, esperemos a Jesús, con una vida santa y piadosa!
El relato del evangelio de Marcos nos ha proyectado la imagen de Juan el Bautista, el precursor de Jesús, el que nos lanza mensajes como este. “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos.” En el fondo, es una llamada a cambiar nuestra vida y a preguntarnos ¿Qué es lo que, en la actualidad, nos está impidiendo acoger a Jesús en nuestro corazón? ¿Qué actitudes y comportamientos necesitan ser cambiados? Acerquémonos a la Palabra de Dios y a la Eucaristía de cada día.
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