HOMILÍA
Han resonado en nuestros oídos y, ojalá que también en nuestros corazones, el mensaje que el Padre Dios nos ha querido hacer llegar a través de las lecturas que acabamos de escuchar en este cuarto domingo del tiempo de Adviento. El domingo que precede a la Navidad, a la fiesta del nacimiento de Jesús. El domingo que precede también a la inauguración del Año Jubilar que comenzará, en toda la Iglesia, a finales de este mes de diciembre. Un año Jubilar “caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la Misericordia de Dios”.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Miqueas. Nos ha hablado del lugar del nacimiento del Salvador: Belén de Judá. Pero todos sabemos que el lugar preferido del nacimiento de Jesús es el corazón de cada ser humano y que labor nuestra es prepararnos para recibirle. No lo olvidemos: Toda Navidad tiene que ver con Jesús y no tanto con despilfarros, con gastos excesivos. Para un cristiano, la Navidad es el nacimiento de Jesús. En estos días, centrémonos en él.
La segunda lectura, de la Carta a los Hebreos, nos recuerda unas palabras atribuidas a Cristo: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad.” La venida de Jesús tiene que ver con milagros y enseñanzas sublimes pero también y, sobre todo, con su Pasión y muerte en Cruz para redimirnos a todos.” Esa fue la voluntad del Padre: Jesús nace para dar su vida por amor.
El relato del evangelio de Lucas hace referencia a María, la madre que nos lo trae, la madre que recibe de su pariente Isabel estas palabras de felicitación gozosa: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.” ¡Cuántas veces las repetimos al rezar la oración del Ave María! En estos días previos a la Navidad, que esta sea nuestra oración.
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