
HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas que la Iglesia nos propone para esta fiesta de Nuestra Señora del Pilar. Lecturas que nos invitan a la reflexión, a considerar a María como el arca que llevó, dentro de sí, a su Hijo Jesús; como la compañera de plegaria en la espera de ese Espíritu Santo que su hijo les había prometido; como la que, además de llevar en su vientre a su hijo, fue especialmente grande porque supo escuchar la Palabra de Dios y cumplirla.
A ella se dirigen, hoy y siempre, nuestros ojos para poner, en sus manos de madre, tantas y tantas necesidades y problemas con los que, cada uno de nosotros nos enfrentamos cada día. Ella sabe de nuestras enfermedades y dolores, de nuestras preocupaciones y angustias, de esa pandemia que tantos padecen o temen. No dejemos de orar, de implorar su protección y su ayuda. Hagamos nuestra la oración del Rosario, esa sucesión de Ave Marías en la que la invocamos como Madre de Dios y en la que le pedimos que ruegue por nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”. No olvidemos la oración de la Salve en la que le pedimos que vuelva hacia nosotros esos ojos suyos misericordiosos. Y que, después de este destierro, nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre”. Ella es Madre que nos ama y nosotros sus hijos necesitados.
A ella la vemos sobre un Pilar, sobre una columna que sostiene nuestra fe, que alienta nuestra esperanza y que da constancia a ese amor que nos distingue como seguidores de su hijo Jesús. Fe, esperanza y Caridad que debemos transmitir a los más pequeños de nuestras comunidades. De una manera especial, en esa catequesis a la que están siendo llamados en estos días. No dejemos de inscribirles para que se preparen bien para hacer la primera comunión o para recibir la confirmación. Y pidamos ser nosotros un buen ejemplo para todos ellos.
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