HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas correspondientes al domingo número doce del tiempo ordinario. Un domingo que da inicio a una semana llena de celebraciones de santos muy importantes en el calendario cristiano: el día veinticuatro nos traerá el recuerdo de San Juan Bautista; el veinticinco, haremos memoria de Santa Orosia, patrona de la ciudad y de la diócesis de Jaca; el veintinueve, recordaremos el martirio de San Pedro y San Pablo, columnas de la Iglesia. En el fondo estará siempre el Jesús que los llamó e infundió en sus corazones la fortaleza necesaria para afrontar el sacrificio de sus vidas.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Job. Nos ha expresado toda una serie de pensamientos que hablaban del poder y de la magnificencia de un Dios que es mucho más poderoso que los elementos de la naturaleza, por muy grandes que nos puedan parecer a nosotros. Confiemos siempre en esa “soberanía del Señor” que nos acompaña en todos los momentos de nuestra existencia.
La segunda lectura, de San Pablo a los cristianos de Corinto, guarda una frase que nos debe llenar de paz: “Y Cristo murió por todos, para que, los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos”. El ejemplo de Jesús nos precede para que nosotros sigamos sus huellas.
El relato del evangelio de Marcos nos ha recordado el episodio de la tempestad calmada. Un Jesús que parece, solo parece, que duerme, es capaz de apaciguar las olas embravecidas que amenazan la vida de los ocupantes de la barca. Estando con él, no hay peligro que pueda con nosotros. Confiemos siempre en sus palabras: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. A veces, nos puede dar la impresión de que no nos hace caso, pero él está siempre presto para ayudarnos.
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