HOMILÍA
En este último domingo del mes de octubre, cuando estamos a las puertas de la Solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de los Fieles Difuntos, hemos escuchado esa Palabra de Dios sobre la que ahora estamos llamados a reflexionar. Recordemos lo que el Señor nos está diciendo a cada uno de nosotros y preguntémonos cómo podemos responderle; porque Él nos está pidiendo, precisamente eso, que le demos una “respuesta” con nuestra palabra y con nuestra vida.
La primera lectura la hemos tomado del llamado libro del Eclesiástico. El autor nos presenta a Dios como un juez justo que mira con amor a los pobres, a los oprimidos, a los huérfanos, a las viudas, a los humildes y sencillos de este mundo. Para él no cuenta el prestigio de las personas, el dinero de los acaudalados, el poder de los que dominan sobre los demás. “La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. El Señor no tardará”.
La segunda lectura, de San Pablo a Timoteo nos recuerda una frase que retrata el carácter del Apóstol: “He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.” En la vida tendremos problemas, dificultades y amarguras. ¿Podremos decir, con verdad, que a pesar de ello, hemos sabido, como el apóstol, combatir bien nuestro combate, correr hasta la meta y mantener la Fe? Pidámoselo así al Señor.
El relato del evangelio de Lucas nos ha mostrado la parábola del fariseo y del publicano. Los dos acuden al templo a orar pero, mientras uno hace alarde de lo bueno que cree ser, el otro se sabe pecador y pide perdón. Jesús dirá que “este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Ya sabemos, pues, a quien tenemos que imitar: al publicano.
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