HOMILÍA
El año litúrgico está a punto de concluir. El próximo domingo celebraremos la Solemnidad de Cristo Rey que precederá al comienzo de un nuevo Tiempo de Adviento. En este domingo, treinta y tres del tiempo ordinario, la Iglesia celebra la VIII Jornada Mundial de los Pobres. En esta ocasión, el papa Francisco ha querido vincular esta Jornada al año dos mil veinticuatro, dedicado a la oración, en vísperas del Jubileo Ordinario del dos mil veinticinco, con el lema “La oración del pobre sube hasta Dios.” El Santo Padre, en su mensaje, invita a prestar una atención más seria hacia los pobres, que tienen necesidad de Dios y de alguien que sea signo concreto de su escucha y cercanía.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Daniel. Sus palabras miran hacia un futuro. Por una parte, habla de tiempos difíciles pero también hace referencia a la salvación, a la resurrección. Hemos escuchado este mensaje: “Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”. Preparemos ese futuro, tratemos de ser sabios, enseñemos a muchos la justicia. Hagamos el bien.
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos nos ha dejado esta sentencia: “Pero Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”. ¡Ojalá que ese día nos encuentre dispuestos!
El relato del evangelio de Marcos mira también hacia el final de los tiempos, del mundo y de la historia. No sabemos cuándo será, pero lo que importa es que nos encontremos preparados en todo momento. La mejor forma de estarlo es haciendo de los pobres nuestro objetivo primordial. No podemos pasar indiferentes ante su drama amargo.
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