HOMILÍA
En este domingo, treinta y tres del tiempo ordinario, el Papa Francisco ha querido, desde hace ya algunos años, que lo dediquemos, de una forma especial a la reflexión sobre la pobreza. Mejor aún, sobre las personas que son pobres, que pasan necesidad. Una frase nos golpea con fuerza en esta jornada: “No apartes tu rostro del pobre”. Y esto porque es fácil pasar de largo ante el pobre que pide limosna. Es fácil volver la mirada para no ver la realidad que, quizás, nos molesta y nos interpela. Acercarnos al mundo de los pobres es entrar en contacto directo y personal con ellos. Aunque nos parezca imposible, ellos nos pueden mejorar como personas.
El evangelio de este domingo, nos habla de la parábola de los talentos. A todos y a cada uno de nosotros el Señor nos ha regalado unos talentos que debemos saber poner al servicio de los demás y no solo al de cada uno de nosotros. Siempre tendremos posibilidad de compartir: o bienes materiales o, al menos, una sonrisa, una palabra amable, un gesto de cercanía, un respeto.
El mensaje que se nos transmite en este día dice así: “Cuando estemos ante un pobre no podemos volver la mirada hacia otra parte, porque eso nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús. Al contrario: enfermos, ancianos, migrantes, pobres y excluidos esperan que, con gestos concretos, les mostremos el rostro misericordioso de Dios.
Y también: Demos gracias a Dios por tantas personas que viven entregadas a los más vulnerables de nuestra sociedad. En silencio, se hacen pobres, con los pobres; no solo dando cosas, sino escuchando e intentando comprender la situación que viven esas personas empobrecidas y trabajando por su promoción, implicándolas y acompañándolas. No cabe duda de que el Reino de Dios se hace visible en este servicio”
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