HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas correspondientes al tercer domingo del Tiempo Ordinario. En los ocho días pasados hemos hecho hincapié en la oración que nos debe unir a las distintas confesiones cristianas que, a lo largo de la historia, nos hemos ido dividiendo y enfrentando. Una plegaria que, ¡ojalá! nos acompañe todos los días. Hoy, la Iglesia nos invita, por indicación del Papa Francisco a vivir el llamado “Domingo de la Palabra de Dios”. Cada vez que celebramos la Eucaristía, se proclama esa Palabra. Una Palabra que está destinada a entrar por nuestros oídos, sí, pero, sobre todo, a hacerla vida a través de nuestro corazón.
La primera lectura la hemos tomado del libro de Nehemías que nos ha contado cómo, tras la vuelta de los israelitas del destierro, el pueblo se reunió para escuchar juntos, después de tanto tiempo, la Palabra de Dios. La emoción y el gozo llenaron los corazones de todos. Las lágrimas de alegría se hicieron presentes y el pueblo lo llegó a celebrar con una gran fiesta. Que esa Palabra llegue a penetrar hoy también en las personas y en las vidas de cada cual.
La segunda lectura, de San Pablo a los Corintios, nos ha puesto la comparación de cómo los cristianos formamos un solo cuerpo y cada uno es un miembro de ese cuerpo que está destinado a ponerse al servicio de los demás. Preguntémonos hasta qué punto nos sentimos miembros de ese cuerpo y nos entregamos al servicio de todos.
El relato del evangelio de San Lucas nos ha contado la visita que Jesús hizo a la Sinagoga de su pueblo de Nazaret y cómo allí leyó en público el libro sagrado. Que también nosotros nos ofrezcamos para leer en Misa la Palabra de Dios. Que antes, nos preparemos para darle el sentido que tiene. Y que lo hagamos de tal forma que, los que nos escuchan, vean que, para nosotros, es algo muy importante.
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