HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas propias del octavo domingo del tiempo ordinario. Un tiempo que se va a interrumpir durante unas semanas para dar paso a la Cuaresma, a la Semana Santa, al periodo Pascual. El próximo día cinco es ya Miércoles de Ceniza. Con ese rito simbólico de la imposición de la ceniza daremos nuestro visto bueno a revisar nuestra vida, a convertirnos, a dejar a un lado nuestros malos comportamientos y a optar por el bien y por la bondad. Y todo, con la vista puesta en la gran fiesta cristiana de la Pascua de Resurrección a la que esperamos llegar con el corazón plenamente renovado.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Eclesiástico. Nos ha recordado que, en el hablar, se descubre el corazón bueno o malo de las personas. ¡Ojalá que nuestro hablar concuerde con la comprensión y la compasión que siempre debe distinguirnos a los cristianos! Tengamos cuidado con esas palabras que decimos porque, en ocasiones, pueden llegar a herir y a hacer daño a los que nos escuchan.
La segunda lectura, de San Pablo a los Corintios, nos ha hablado de la realidad de la muerte. Una realidad triste y dolorosa que afecta a nuestros seres queridos y a la que un día, también nosotros, nos tendremos que enfrentar. Pero nos da la seguridad de que la victoria y la resurrección nos acompañarán como lo hicieron con el propio Jesús.
El relato del evangelio de Lucas nos ha puesto sobre el tapete toda una serie de consideraciones sobre las que estamos llamados a reflexionar. Una de ellas hablaba de cómo, muchas veces, vemos agrandados los defectos y los fallos de los demás pero olvidamos que también nosotros caemos en cosas parecidas. Reconozcamos lo que no hacemos bien, el mal que practicamos y, antes de hablar de lo malos que son los demás, tomemos conciencia de lo que nosotros tampoco hacemos bien.
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