HOMILÍA
Este año, la celebración del décimo tercer domingo del tiempo ordinario, cede su puesto a la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. El prefacio de la Misa nos dirá luego que debemos dar gracias a Dios “porque en los santos Apóstoles Pedro y Pablo has querido dar la Iglesia un motivo de alegría. Pedro fue el primero en confesar la fe. Pablo, el maestro insigne que la interpretó. Así, por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo y una misma corona asoció a los dos a quienes venera el mundo”.
La primera lectura la hemos tomado del libro de los Hechos de los Apóstoles. Nos ha hablado de Santiago que fue el primero en derramar su sangre por Jesús y de Pedro a quien, el anuncio del evangelio, lo llevó a la cárcel, de la que fue sacado milagrosamente por intervención divina. Él fue plenamente consciente de cómo la mano del Señor le había librado de las manos de Herodes y le había puesto en camino de seguir anunciando el evangelio. Sin embargo, sabemos que, cuando llegue el momento, morirá en una cruz como su Maestro
La segunda lectura, de San Pablo a Timoteo, ha recogido las palabras del apóstol que sabe que está a punto de ser sacrificado, que el momento de su partida es ya inminente. Sabe que se ha entregado plenamente a la causa de Jesús y que él le salvará llevándole a su reino celestial. Lo mismo sucederá, nos dirá también, con todos aquellos que hayamos aguardado con amor su venida, su manifestación.
El relato del evangelio de Mateo recuerda las palabras que le dirigió el Maestro: “Tú eres Pedro y, sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia”. Hace pocos días, el Señor nos regaló un sucesor de este Pedro, el Papa León, por el que estamos llamados a orar a Dios insistentemente, como Iglesia que somos, para que sea nuestro guía y nuestro buen Pastor.
Debe estar conectado para enviar un comentario.