HOMILÍA
Hemos comenzado hoy el primer domingo de Adviento del ciclo C que, como ya recordábamos la semana pasada, lo vamos a hacer de la mano del evangelista San Lucas. Él escribió un evangelio que se distingue por presentarnos a un Jesús lleno de misericordia, de perdón, de compasión, de comprensión hacia los humildes y sencillos pero también hacia los pecadores, hacia todos aquellos que se sentían débiles y necesitados del amor entrañable del Padre de los cielos.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Jeremías. Él nos habla de cómo se van a cumplir las promesas hechas en el pasado. De una forma especial, la venida de lo que él llama “un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra.” Nosotros sabemos que se refería a Jesús. Así, pues, siglos antes de la venida del Mesías, ya había nacido, en el corazón de muchos, el deseo de un Salvador que colmaría las esperanzas de la humanidad. En este tiempo de Adviento reavivemos el deseo de ese alguien a quien tanto necesitamos. Pensemos en Jesús.
La segunda lectura, de San Pablo a los Tesalonicenses nos recuerda que, para esperar a Jesús, lo mejor es vivir en el amor de los unos para con los otros. El mejor adviento es aquel en el que nos esforzamos por llevar el amor hasta sus últimas consecuencias. Un amor que no excluya a nadie y que esté abierto a todos.
El relato del evangelio de Lucas ha hecho referencia a la última venida de Jesús. Él vino a nosotros en Belén. Viene cuando lo recibimos en la comunión, cuando rezamos, cuando hacemos el bien, cuando somos llamados a la casa del Padre y vendrá también al final del mundo. El evangelista lo ha pintado con colores muy sombríos pero nos ha dado un mandato que nos llena de una inmensa confianza: “Estad despiertos y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.” Confiemos en él, con paz.
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