« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas propias del tercer domingo de este tiempo cuaresmal. Estamos, por lo tanto, en el corazón, en el centro, de este tiempo de conversión. Vivámoslo con intensidad, como lo vivieron aquellos primeros cristianos que escuchaban embelesados la catequesis, previa a su bautismo, que les hablaba de Jesús como el agua viva que podía calmar la sed de amor y de felicidad que bullía en un corazón humano. En otro momento, esa catequesis les iba a hablar de que Jesús era la luz y también la vida. Bautizarse, les iba a acercar al agua viva, a la luz y a la vida. Merecía la pena, por tanto, ser cristianos.
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, nos ha hablado de la sed que sintieron los israelitas en su larga marcha por el desierto y de cómo el Señor les procuró el agua que necesitaban. Esa agua era un símbolo de Jesús que iba a calmar la sed de todo corazón humano que busca siempre algo más que la simple agua material.
La segunda lectura, de San Pablo a los romanos, nos ha recordado el amor, más allá de toda medida, que el Padre Dios está derramando continuamente sobre todos y cada uno de nosotros. Un amor que alienta nuestra esperanza y que nos habla de cruz, de entrega, de sacrificio, de dar la vida hasta el final.
El relato del evangelio de Juan nos ha puesto sobre el tapete una de las catequesis que recibían quienes querían bautizarse y ser cristianos. Ha sido la historia de un encuentro entre Jesús y la Samaritana, junto al pozo de Jacob. Él le pide agua del pozo y ella le hace ver que, su propia persona, está necesitada de algo más: que tiene sed de amor, de comprensión, de afecto, de algo que dé sentido a su existencia y sabe que, aquel desconocido, tiene en sus manos el dárselos. Busquemos nosotros, como ella, ese encuentro salvador con Jesús en esta cuaresma.