Categoría: "PLEGARIAS"
LÁZARO ESTÁ A TU PUERTA
¡Ignorar al pobre es despreciar a Dios! Y esto debemos aprenderlo bien ¡Ignorar al pobre es despreciar a Dios! Hay algo especial en la parábola que cabe señalar: el rico no tiene nombre, sólo el adjetivo “el rico”, mientras que el nombre del pobre es repetido cinco veces, y “Lázaro” significa “Dios ayuda”. Lázaro, que está a la puerta, es una llamada viviente al rico para que se acuerde de Dios, pero el rico no acoge tal llamada. Será condenado, por lo tanto, no por sus riquezas, sino por haber sido incapaz de sentir compasión por Lázaro y socorrerlo.
Papa Francisco
EL AMOR Y EL DINERO
De nosotros depende que, en la balanza de nuestra vida, pese más el corazón y el amor que las riquezas y el dinero. Así lo quería Jesús. El necesario dinero, que nos permite vivir, no puede impedirnos ver las necesidades de los pobres y acudir en su socorro. Seamos siempre buenos administradores de los bienes que la vida o las circunstancias nos han hecho llegar.
PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA
“Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar”.
“Deus cáritas est” Benedicto XVI
UNIR MI CRUZ A LA DE CRISTO
Mi cruz es la que debo tomar cada día para seguir a Jesús. Es la cruz de la incomprensión, de los problemas familiares, laborales o económicos; de los agotamientos y cansancios cotidianos; de las injusticias que puedo padecer; de las deslealtades que en algún momento sufriré; de los pequeños fracasos en las luchas contra mi egoísmo, soberbia, pereza, tibieza, avaricia…; de la falta de caridad o de servicio a los demás; de las comodidades antes de hacer lo que corresponde… No es una cruz para lucir, sino para vivir. Es una cruz que me compromete a vivir entregado a los demás por amor y con amor. Al igual que hizo Jesús.
LA GRANDEZA DE LA HUMILDAD
Señor Jesús, no necesitaste grandes discursos para hablarnos de la humildad. En la última Cena te levantaste de la mesa, cogiste una palangana y una toalla, te arrodillaste ante cada uno de tus amigos y les fuiste lavando los pies a todos, uno a uno; se los besaste y les dijiste para que no quedara ninguna duda:
“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor” y, decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.” Gracias, Señor, por esta lección de humildad que no olvidaremos.