
HOMILÍA
Hemos llegado ya al cuarto domingo de Adviento, el que precede a la Noche Buena y a la Navidad, a la celebración del nacimiento Jesús. Seguramente, en nuestras familias, se han encendido ya las luces del árbol y hemos colocado el Belén o, al menos, el portal que recuerda lo esencial: a Jesús, a María y a José, a los ángeles y a los pastores. Estos días también son para esperar a los hijos que viven fuera, para comprar aquellas cosas que nos ayudarán a celebrar la Navidad, para ir preparando la mesa que nos reunirá a la familia, para desear paz y felicidad a los que nos vamos encontrando por la calle.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Isaías y nos ha recordado esa conocida frase que nos recuerda el nacimiento del Mesías: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel.” Una palabra tantas veces escuchada y que sabemos que significa: “Dios con nosotros”. Estos días pasados hemos recordado que, precisamente, eso es la Navidad: Dios que se hace hombre, que planta su tienda entre las nuestras, que viene dispuesto a acompañarnos en el camino de la vida.
La segunda lectura, de San Pablo a los Romanos, también nos habla del nacimiento del Hijo de Dios con palabras llenas de solemnidad: “Se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.” ¡Ojalá que la alegría externa no nos haga olvidar lo fundamental!
El relato el evangelio de San Mateo ha hecho hincapié en las palabras que el ángel dirige a San José: “José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús.”
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