HOMILÍA
Junto a la fiesta del Apóstol Santiago, los cristianos celebramos el domingo que es, como sabemos, el día del Señor, el día de la Comunidad Cristiana. La Palabra del Señor sigue llegando hasta nosotros para iluminar nuestro camino, para darnos fuerza para seguir adelante, para infundirnos la sabiduría que necesitamos. Bueno es que recordemos lo que hemos escuchado y que lo hagamos vida.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Génesis. Nos ha contado un episodio en el que Abrahán alza su plegaria al cielo para interceder por los habitantes de una ciudad que está a punto de ser destruida. También nosotros estamos llamados a practicar la oración de intercesión. Recemos por los enfermos, por los que sufren los terrores de las guerras y de la violencia sin sentido. Intercedamos por quienes nadie reza, de quienes nadie se acuerda; por esos seres queridos para otros que, aunque no sean familia o amigos nuestros, necesitan el apoyo de la oración de todos.
La segunda lectura, de San Pablo a los cristianos de Colosas, nos recuerda nuestro bautismo. Un día fuimos sumergidos en sus aguas para resucitar a una vida nueva. Hagamos memoria de aquel día en el que el sacerdote pronuncio esas palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Y demos gracias por ello.
El relato del evangelio de Lucas nos ha recordado el momento en el que Jesús enseñó a sus discípulos la oración que tantas veces hacemos nuestra, sobre todo en los momentos de necesidad: Es la oración del Padre Nuestro, la plegaria que nos hace hermanos, en la que pedimos el pan de cada día, en la que suplicamos el perdón para nosotros y en la queremos perdonar a los que nos ofenden. No nos cansemos de orar en cualquier tiempo y lugar. El corazón de Dios siempre nos escucha.
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