HOMILÍA
Aunque sea verano, tiempo de vacaciones para muchos, la Palabra de Dios sigue llegando a nuestra mente y a nuestro corazón para que la hagamos vida, para que nos oriente, para que nos llene de fortaleza. ¿De qué nos serviría si, como solemos decir, por un oído nos entrara y por otro nos saliera? o si, ¿tras escucharla, la llegáramos a olvidar? o si, el resto de la semana, la dejáramos de tener en cuenta. Hagamos un esfuerzo para que esa Palabra Divina impregne todos nuestros días.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Isaías. Nos habla de la voluntad de un Dios que desea reunir a los habitantes de todas las naciones que, a su vez, se convertirán en anunciadores de la gloria del Señor en cualquier lugar. Nosotros, que hoy escuchamos esta Palabra de Dios, también debemos darla a conocer a aquellos hombres y mujeres con los que, cada día, nos encontramos. Normalmente, no podremos ir a lejanas tierras, es verdad; pero, a nuestro lado, están nuestros vecinos, nuestros amigos y, tantos otros, a los que les podemos hablar de Dios.
La segunda lectura, de la Carta a los Hebreos, nos insiste en la importancia de la corrección fraterna. Nos duele cuando somos objeto de ella pero, seguro, terminará haciéndonos mucho bien. Aceptemos la corrección que nos hace el hermano y prestemos también este servicio a los amigos, a los alumnos, a los hijos, a los que dependen de nosotros.
El relato del Evangelio de Lucas ha recogido una preocupación que tenían muchos en la época de Jesús. “Señor, le decían, ¿serán pocos los que se salven?” Y Jesús no responde directamente a la pregunta sino que hace un llamamiento a esforzarse por alcanzar esa salvación. “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.” No se trata de saber cuántos se salvarán, sino de poner lo necesario para alcanzar esa salvación cada uno de nosotros.
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