HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas propias del domingo veintidós del tiempo ordinario con el que termina el mes de agosto. A partir del próximo mes de septiembre muchos niños y jóvenes volverán a retomar las tareas escolares y también aquellas que les prepararan para hacer la Primera Comunión y la Confirmación. Bueno es que los padres vayan tomando conciencia de esta realidad y que se acerquen a la parroquia respectiva para inscribir a sus hijos en la Catequesis. El trabajo, al que volverán los adultos, nos hablará de la necesidad de contribuir con nuestro esfuerzo al progreso de la creación.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Eclesiástico. Ha hecho hincapié en el tema de la humildad, esa virtud que nos debe adornar a todos y, de una forma especial, a los que nos decimos creyentes. Todos podemos estar tentados de ocupar los primeros puestos, de ser considerados más y mejores que los demás, es verdad, pero el Señor nos llama a ser sencillos, a no pasar por encima de los demás, a ser servidores del prójimo “para alcanzar el favor del Señor”.
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, ha comparado los hechos portentosos que tuvieron lugar en el Antiguo Testamento y aquellos otros que nos distinguen a los cristianos. Nosotros caminamos con la vista puesta en Jesús que es el mediador de la Nueva Alianza. Acerquémonos, con frecuencia, al evangelio para conocer a este Jesús.
El relato del evangelio de Lucas conecta con la primera lectura en la que se nos hablaba de la virtud de la humildad. Cuando seamos invitados no busquemos ocupar los primeros puestos. Cuando seamos nosotros los que invitemos, hagámoslo, sobre todo, con aquellos que no nos pueden pagar con la misma moneda. Meditemos esta semana en esa humildad que nos acerca a Dios y nos asegura el amor de todos.
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