HOMILÍA
Nuestro calendario ha dado un paso más. De estar en los meses veraniegos de julio y agosto a meternos de lleno en el mes de septiembre. Muchos volverán a su lugar de trabajo. Los niños y los jóvenes prepararan su cartera escolar, comprarán lápices y cuadernos, libros y todo ese conjunto de material que les permitirán aprender y seguir las clases impartidas por sus profesores. Las parroquias están haciendo ya un llamamiento para que se incorporen también a la catequesis y descubran al Jesús de los milagros y de las parábolas al que recibirán en la comunión. Otros, serán llamados a recibir el sacramento de la Confirmación.
La primera lectura la hemos tomado del libro de la Sabiduría. ¡Qué frágiles somos los seres humanos y cuánto necesitamos de la fuerza y de la Sabiduría que nos llegan del Padre de los cielos! Tomemos conciencia de lo que somos, aceptemos nuestra realidad y recordemos las preguntas que aparecían en esta lectura: “¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu santo espíritu desde lo alto?” Abrámonos, pues, a la acción de la gracia de Dios que tanto nos puede ayudar.
La segunda lectura, de un Pablo prisionero, es una pequeña carta en la que el apóstol le pide a su amigo Filemón que convierta a un esclavo fugado en un amigo, en un hermano. A veces, sin darnos cuenta, también nosotros tratamos a los demás como siervos a nuestro servicio. Siguiendo la enseñanza de esta carta, tratemos a los demás como lo que son: amigos y hermanos a los que estamos llamados a servir.
El relato del evangelio de Lucas nos enseña que, el seguimiento de Jesús, no se puede hacer a medias o de cualquier manera. Hay que hacerlo de verdad. La opción por Jesús exige prioridad por encima de otras exigencias: más allá del amor a los bienes materiales y con la vista puesta en esa Cruz que debemos estar dispuestos a aceptar cuando nos llegue.
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