HOMILÍA
En este día en el que, tradicionalmente, hacemos memoria de la Natividad de Nuestra Señora, hemos escuchado las lecturas propias del domingo veintitrés del tiempo ordinario. Unas lecturas que nos ponen en la pista de un curso escolar, laboral y pastoral. El Señor, que no nos ha abandonado a lo largo de estos meses de vacaciones, sigue estando a nuestro lado animándonos a construir personas, ciudadanos y cristianos. Quizás la plegaria que debe surgir en cada uno de nosotros, en estos primeros días del curso pastoral, tenga que ver con la pregunta: ¿“Señor, qué quieres de mí”?
La primera lectura la hemos tomado del profeta Isaías. Son palabras de ánimo, de dejar atrás el temor. Y todo eso, porque el Señor va a estar a nuestro lado. “Viene en persona y nos salvará”. El futuro va a ser mejor. Es posible ser optimista sin pecar de ingenuos. Confiemos en el Dios que sale a nuestro encuentro y seamos nosotros sembradores de esperanza en un mundo, en una sociedad más inclinada, si cabe, al desaliento, al desánimo, a la falta de una ilusión duradera.
La segunda lectura, del Apóstol Santiago como el domingo pasado un ejemplo de esa actuación correcta que se espera de nosotros: No podemos mostrar preferencia o tratar mejor a aquel que es más rico y despreciar al que es pobre y mucho menos hacer realidad esa diferencia de trato en la Iglesia, en la comunidad cristiana. El apóstol nos recuerda que Dios ha optado ya por los pobres según el mundo. Descubramos y apoyemos a los necesitados con los que convivimos diariamente.
El evangelio de Marcos nos ha puesto de relieve, una vez más, el amor de Jesús por un pobre. A la hora de ayudar, si podemos hacer milagros, ¿a qué esperamos? Pero, si no, hagamos lo que sepamos para aliviar la suerte de tantos seres humanos que buscan manos y corazones.
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