HOMILÍA
Hoy es domingo de Ramos. Hoy comienza la Semana Santa. Hoy, los cristianos de todo el mundo preparan su corazones para acompañar al Cristo de la Pasión, al Cristo que coge con fuerza su cruz y se la carga sobre los hombros, al Cristo que entrega su espíritu en la cima del Calvario pero también al Cristo que resucita al tercer día, al Cristo que vuelve a la vida para nunca más volver a morir. Pero no adelantemos acontecimientos. Porque hoy, aunque en el horizonte próximo se presientan días de dolor y de sufrimiento, es una jornada que nos habla de un entusiasmo popular que se traduce en cantos de alabanza, en ramos agitados al viento, en mantos que alfombran el camino por el que está pasando al Maestro, en niños que disfrutan con él.
También nosotros sentimos ese entusiasmo gozoso que contempla a Jesús aclamado por la multitud. Es verdad que, muchas veces, nos toca asistir a manifestaciones que denigran a Cristo, que se ríen de los cristianos, que se burlan de esa Iglesia que Jesús nos regaló como el hogar de todos aquellos que quieren seguir sus pasos. Respondamos con amor al odio, recemos por los que nos insultan y calumnian, pidamos que Jesús sea cada vez más conocido y amado; hagamos todo lo posible, para que nuestro testimonio, ayude a los hombres a descubrir al que está clavado en la cruz, al que sale del sepulcro para dar un sí a la vida.
En este domingo de Ramos echemos una mirada al mundo entero, a los que sufren, a los que lloran, a los enfermos; a los que, como Jesús, se enfrentan a la realidad de su propia muerte. A los que viven en medio de los terrores de las guerras, a los que miran con angustia el futuro; a los que, como aquella mujer que veíamos en el evangelio del domingo pasado, se enfrentan a sus acusadores que llevan piedras para lanzárselas en nombre de una supuesta justicia o legalidad mal entendida.
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