HOMILÍA
A pocos días de la gran celebración de Todos los Santos y de la Conmemoración de los Fieles Difuntos, hemos escuchado las lecturas propias del domingo treinta del Tiempo Ordinario. Un domingo que nos invita a salir de nosotros mismos para ir en busca de ese Dios que sale a nuestro encuentro y de ese prójimo con el que estamos llamados a construir un mundo más justo y más fraterno. Recordemos el mensaje que nos han transmitido los textos bíblicos proclamados.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Éxodo, el libro que nos cuenta la salida de los israelitas de Egipto, camino de la Tierra Prometida. Antes de llegar, deben atravesar el desierto, deben convivir, formarse como pueblo. Y, para alcanzar ese objetivo, deben proponerse acoger al emigrante que llega hasta ellos, cuidar a las viudas y a los huérfanos, no abusar de los pobres y de los necesitados. Eso mismo nos pide el Señor a cada uno de nosotros.
La segunda lectura, de San Pablo a los cristianos de Tesalónica, recuerda el testimonio que les dio cuando les anunció el evangelio y cómo ellos lo aceptaron de todo corazón hasta el punto de que la vivencia de esos cristianos brillaba con fuerza en medio de aquella sociedad pagana. ¡Ojala que se pudiera decir lo mismos de todos y de cada uno de nosotros! ¡Ojala que todos fuéramos un ejemplo para esta sociedad!
El relato del evangelio de Mateo recoge la pregunta más trascendental y la respuesta más clarificadora: “Maestro, ¿Cuál es el mandamiento más importante de la Ley? El amor a Dios y el amor al prójimo. Estos son, dirá Jesús, los mandamientos que sostienen toda la Ley y los Profetas. Si amamos, estamos cumpliendo todos los mandamientos porque, el que ama, no hace daño a su prójimo. Redescubramos el mandamiento del amor como nuestro signo distintivo, tal como quería Jesús.
Debe estar conectado para enviar un comentario.