HOMILÍA
El pasado miércoles, fue Miércoles de Ceniza. La ceniza que se impuso sobre nuestras cabezas fue una señal visible y pública por la que, cada uno de nosotros, manifestó su voluntad de comenzar con seriedad un camino de conversión, de renovación, con la vista puesta en la gran solemnidad de la Pascua de Resurrección. Tenemos por delante cuarenta días para reflexionar sobre nuestra realidad presente, para cambiar lo que tengamos que modificar, para seguir practicando lo que vamos haciendo bien, para intensificar el amor a Dios y a los demás.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Génesis en el que aparece la figura de Noé que construirá un arca para salvar a quienes han sabido hacer el bien. Tras el diluvio, vendrá la oferta de Dios que quiere establecer una alianza, un pacto de amistad con los seres humanos. Una alianza que tendrá su signo visible en ese Arco Iris que aparece, muchas veces, tras una tormenta. Una alianza que implica que ningún otro diluvio volverá a destruir la tierra.
La segunda lectura, de la primera Carta de San Pedro, nos vuelve a recordar la figura de Noé y nos enseña que el agua que rodeó el arca es un símbolo del Bautismo que todos, un día, recibimos. En este tiempo cuaresmal recordemos el hecho de nuestro bautismo, reavivemos la gracia que un día recibimos a través de él, tratemos de ser fieles a lo que ese sacramento nos impulsó ya desde el principio.
El relato del evangelio de Marcos nos ha hablado de las tentaciones de Jesús que, tras haber sido bautizado, se retiró al desierto y allí fue tentado. También nosotros podemos ser tentados y, como él, podemos vencer la tentación. Recordemos sus palabras: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». Que esa llamada resuene, con fuerza, en esta Cuaresma.
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