SOMOS MUCHOS, SOMOS UNO
Queridos hermanos/as:
Cuando estamos todos viviendo en la casa común, nos damos cuenta que pertenecemos a muchas lenguas, muchos colores, muchas esperanzas, muchos sueños; pero también encontramos en esta casa, muchos rincones donde las telarañas del dolor están entretejidas de tristeza, de lágrimas, de lamentos, que terminan en la cruz y muerte. Pero todos somos uno.
Son muchos los heridos, los náufragos, los supervivientes, los agotados, los desaparecidos, los muertos. Pero todos somos uno.
Somos humanidad pobre, pero humanidad nueva. Somos miembros del cuerpo herido de Cristo, somos muchos. Somos todos en Él.
En el patio de la casa en común, nos damos la mano, formamos el corro, somos muchos. Somos uno. Y con Él, el uno, aprendemos a decir Padre: Dios Padre de heridos, de náufragos, de supervivientes, de agotados, de desaparecidos, de muertos, Dios Padre de hijos amados y crucificados.
Somos muchos, somos uno; somos Él y con Él nos han crucificado. Pero tenemos la certeza de que somos también uno con el que vive, uno con el que todo lo ha perdido, y todo lo ha recibido del Padre que siempre escucha las súplicas y oración de su Hijo querido, Jesús.
Con Jesús somos compadecidos y nos invita a que llevemos el corazón lleno de compasión y perdón para quienes crucifican y así colaboremos en hacer un mundo mejor
El motivo de esta carta, que quiero repartir por todos los buzones de la casa común, es para invitaros a dar un grito desde la cruz de los que más sufren hasta Dios para que conceda la liberación de tanto dolor y esclavitud. Y desde Jesús, de su oración, de su vida entregada, aprendamos qué hemos de buscar, qué hemos de pedir, cómo hemos de vivir, cómo hemos de amar, de modo que siendo millones de hermanos en el mundo, aprendamos a vivir como hijos de Dios y abrazados en el patio de la casa común gritemos: “Ábba, Padre”. Abracémonos hasta que Dios lo sea todo en todos.
Un saludo
Fernando Jordán Pemán
Párroco
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