HOMILÍA
Este tercer domingo de Adviento, que estamos celebrando, recibe el nombre de “Gaudete”, palabra que significa gozo, alegría. Y es que, además del deseo de conversión, propio de este tiempo, y de la esperanza que nos anima a los creyentes, bueno es que dejemos espacio también a la alegría y al gozo. El Jesús que viene en toda Navidad nos invita a prepararnos con una vida piadosa e intachable, sí, pero quiere que nos alegremos por su venida; que nuestro corazón sienta el gozo de saberlo cerca. ¡Ojalá que ese gozo lo sepamos transmitir a los demás!
La primera lectura la hemos tomado del profeta Isaías. Contiene una frase que es todo un programa de vida para nosotros, no solo en este tiempo de preparación, sino también a lo largo de todo el año: “Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor.” Pensemos dónde, cuándo y con quienes deberemos llevarlo a la práctica.
La segunda lectura, de San Pablo a los Tesalonicenses, conecta con esa palabra, propia de este domingo: “Gaudete”: “Estad siempre alegres, decía el apóstol. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.” La voluntad de Dios es, pues, que… seamos felices. No le defraudemos.
El relato del evangelio de Juan nos ha vuelto a presentar la figura incomparable de Juan el Bautista. La gente escuchaba su mensaje con agrado pero él no se sentía mejor que nadie. A pesar de su éxito de audiencia, no se hacía pasar por más de lo que era. No se creía el Mesías, ni un gran profeta. Solo era, decía: “La voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor.” «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». Imitemos la humildad de Juan
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