HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas propias de este quinto domingo de Cuaresma, en vísperas de la fiesta de San José, protector de la Iglesia, patrono de los seminaristas que se preparan para ser, algún día, sacerdotes, personas consagradas. Invoquémosle para que interceda, ante el dueño de la mies y podamos contar con el número suficiente de trabajadores, de personas entregadas a la causa de Jesús. De un Jesús a quien, en la próxima semana, vamos a contemplar con la cruz a cuestas, clavado en ella, sepultado y, finalmente, resucitado en una mañana radiante de Pascua de Resurrección.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Jeremías que anuncia una alianza entre Dios y todos y cada uno de los seres humanos. Una alianza, un pacto de amistad, en la que el Señor dice: “Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. Una alianza basada en un amor correspondido. El amor del Cristo clavado en la cruz pide que nosotros le devolvamos amor por amor. Fijémonos en esa imagen del crucificado y digámonos a nosotros mismos: «Yo debo seguir sus pasos: dar mi vida por amor”.
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, nos ha descrito el dolor, la angustia, el sufrimiento por el que pasó Jesús para llegar a ser el “autor de la salvación eterna”. ¡Ojala que sepamos unir nuestros padecimientos a los suyos y ofrecerlos por la salvación del mundo!
El relato del evangelio de Juan nos ha recordado una frase de unos extranjeros que expresan un deseo: “Queremos ver a Jesús”. A ese Jesús, grano de trigo enterrado, que está llamado a dar fruto. A ese Jesús que nos enseña que, el amor a los demás, ha de estar por encima del amor a uno mismo. Aunque eso, conlleve todo tipo de sacrificios. Cumplamos sus palabras: “Cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí.”
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