HOMILÍA
Celebrar la fiesta de Pentecostés es hacer memoria del Espíritu Santo que, en los comienzos de la Iglesia, se derramó sobre los apóstoles reunidos en torno a la Virgen María. Pero, celebrar esta fiesta, es también reconocer que ese mismo Espíritu se sigue haciendo presente en las comunidades cristianas de hoy: Cuando recibimos los sacramentos, cuando le invocamos para que nos dé su fuerza y su ayuda, cuando intentamos conocer y vivir un poco mejor el mensaje de Jesús, sabemos que ese Espíritu Santo viene en nuestra ayuda.
Muchas veces rezamos al Padre de los cielos, invocamos a Santa María nuestra Madre o sentimos cerca la ayuda de los santos. Pero no olvidemos nunca que el Espíritu Santo nos fue enviado por Jesús y que es bueno que nos dirijamos a él para que nos ayude a vencer el mal, a perdonar a los que nos han ofendido, a ser fuertes frente a la adversidad, las tentaciones, el dolor, la enfermedad.
El Espíritu Santo es muy importante en nuestra vivencia cristiana. En una reunión ecuménica, en la que se encontraron cristianos de distintas confesiones, uno de ellos pronunció estas palabras que nos ayudan a entender el papel que desempeña este Espíritu Santo. Decía: “Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia es una mera organización, la autoridad…tiranía, la misión…propaganda, el culto…mero recuerdo y el obrar cristiano una moral de esclavos.
En cambio, con el Espíritu Santo, el mundo es liberado, el hombre se perfecciona, Cristo Resucitado está aquí, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia es comunión, la autoridad es un servicio liberador, la misión es Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación y la acción humana es divinizada” Que el Espíritu nos dé su fuerza, su luz, su paz.
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