HOMILÍA
Atrás hemos dejado el tiempo Pascual y las grandes solemnidades que le han sucedido: Pentecostés, la Ascensión y el Corpus Christi. En este día, volvemos a retomar la larga serie de domingos del tiempo ordinario que interrumpimos a la llega de la Cuaresma. El Jesús que aparecerá, a partir de ahora, en los relatos evangélicos, será el que caminaba por los senderos y los pueblos de Palestina, el que pronunciaba parábolas y realizaba milagros; el que se acercaba a los pobres, a los sencillos, a los humildes para llevarles al convencimiento de que eran queridos por un Dios que es Padre.
No olvidemos que estamos en el mes de junio, el mes del Corazón de Jesús, el tiempo en que tomamos una conciencia muy especial de cómo el amor amasa las relaciones entre el Señor y nosotros y de cómo debe hacerlo también entre unos y otros. Dentro de unos días seremos llamados a la Orosiada, a esa marcha a pie desde El Puente de Sabiñánigo, a esa Vigilia de Oración en la Iglesia de Yebra, a esa novena a Santa Orosia que congrega cada día a numerosos fieles; a esa celebración festiva que, en Jaca y en Yebra, apenas unos días más tarde, nos hace sentirnos orgullosos de compartir la fe de nuestra santa.
El relato del evangelio de Marcos nos ha hablado del Jesús, aclamado por muchos, perseguidos por otros. Él nos hablaba de no estar divididos entre nosotros; de crecer en unidad, en colaboración mutua, en solidaridad. Y una frase que nos ha podido llamar poderosamente la atención: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre». Vivamos de tal manera que, cualquiera que nos contemple, vea en nosotros a personas muy cercanas a Jesús y eso les anime a seguir nuestro camino. Vivamos con intensidad estos días de junio lleno de celebraciones llenas de vida.
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