HOMILÍA
El tiempo de verano, de descanso, de vacaciones sigue su marcha y, en nuestras comunidades cristianas, nos encontramos con cristianos de otros pueblos cercanos, pero también de lugares más alejados. Descubrimos así que, aunque no nos conozcamos con muchos de ellos, compartimos la misma fe, escuchamos la misma palabra de Dios, nos acercamos a recibir el mismo pan de la Eucaristía no sin antes habernos dado unos a otros la paz que Jesús nos dejó.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Jeremías. Nos ha hablado de cómo en el pueblo de Israel los dirigentes, los gobernantes, los pastores no siempre han cumplido con su tarea. No siempre se han preocupado de las ovejas encomendadas a su cargo y se hace eco de las palabras del Señor: “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las apacienten, y ya no temerán ni se espantarán. Ninguna se perderá.” Recemos para que podamos contar siempre con pastores según el corazón de Dios.
La segunda lectura, de San Pablo a los Efesios, nos ha recordado que Cristo, que es nuestra paz, ha hecho de los dos pueblos, paganos y judíos, un solo pueblo. Si antes predominaba la enemistad, el odio, la violencia, el enfrentamiento, ahora están llamados a vivir en la paz, en la plena armonía de relaciones entre los hombres y entre los pueblos. Convirtámonos en constructores de paz.
El relato del evangelio de Marcos nos ha presentado a un Jesús, profundamente humano, que es consciente del cansancio que atenaza a los suyos y les invita a retirarse a un lugar apartado para descansar. Pero consciente de la necesidad de la gente, sabe interrumpir su merecido descanso para atenderles. Descansemos, sí, pero no dejemos de ayudar.
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