HOMILÍA
En este primer domingo del mes de agosto la Iglesia nos invita a iniciar unas semanas centradas en el llamado pan de vida, en el maná, en aquel misterioso alimento que sostuvo a los israelitas en su larga travesía por el desierto en busca de la tierra prometida. Pero también en ese otro pan de vida que es Jesús en la Eucaristía. Llenamos de fiesta y de solemnidad la primera vez que los niños reciben la Primera Comunión pero quizás, con el paso del tiempo, nos llegamos a acostumbrar al hecho de acercarnos a comulgar y no le damos la importancia que debiéramos seguir dándole.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Éxodo que nos ha descrito cómo el Señor se preocupó de alimentar al pueblo que, hambriento y sediento, daba los primeros pasos en libertad tras su salida de la esclavitud de Egipto. Si el Señor hace suya el hambre, la sed, la pobreza de sus hijos los hombres, también nosotros debemos hacer nuestra la causa de los necesitados de la tierra. No podemos pasar de largo ante la pobreza que atenaza a tantos.
La segunda lectura, de San Pablo a los cristianos de Éfeso, nos recuerda que si hemos sido bautizados, si hemos decidid0 ser cristianos, debemos dejar atrás la vida propia de los paganos y tomarnos muy en serio nuestro proceder como seguidores de Jesús. ¿Qué hizo Jesús con los enfermos, con los necesitados, con los hambrientos, con los pobres y con los que se fue encontrando por los caminos y los pueblos de Palestina? Pues eso es lo que tenemos que hacer nosotros.
El relato del evangelio de Juan, que sigue al episodio de la multiplicación de los panes y de los peces, nos insiste en el hecho de la necesidad de comer su cuerpo y de beber su sangre, de participar de la Eucaristía, de comulgar con frecuencia y de hacerlo con preparación debida.
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