HOMILÍA
Escuchar la Palabra de Dios y, hacerlo en comunidad, es un regalo que los cristianos recibimos cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía. No lo desaprovechemos. Los textos bíblicos han sido, en esta ocasión, del domingo veinticinco del tiempo ordinario. Un domingo que quiere lanzar una llamada a las familias que tienen hijos en edad de prepararse para la primera comunión o para la confirmación. En la parroquia encontrarán las hojas de inscripción necesarias.
La primera lectura la hemos tomado del libro de la Sabiduría. El autor es consciente de cómo la buena conducta de muchos suscita la animadversión de quienes viven optando por el mal. No tengamos miedo. No dejemos de obrar el bien, aunque seamos insultados o perseguidos por ello. El Señor estará siempre a nuestro lado. Merece la pena sufrir por ser justos, por hacer del amor nuestro signo distintivo.
La segunda lectura, del apóstol Santiago, nos ha hecho una pregunta: “¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros?” Él sabía que, en su comunidad, había enfrentamientos; que no siempre se llevaban bien los unos con los otros y que todo se debía a los deseos de placer por tener más o por querer ser más que aquellos con los que se convivía. Hacerse la guerra; ambicionar en lugar de compartir, no forma parte del mensaje cristiano.
El relato del evangelio de Marcos ha recogido un interrogante que hace Jesús a sus apóstoles. Unos apóstoles que, en una larga caminata, habían discutido quién de ellos era el más importante. “¿De qué discutíais por el camino?” La vergüenza no les deja hablar. Y Jesús aprovecha la ocasión para decirles: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y esta es la enseñanza que todos y cada uno de nosotros debemos asumir: no ser importantes, sino servidores.
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