HOMILÍA
Las lecturas de este domingo, veintisiete del tiempo ordinario, nos hablan del matrimonio, del amor entre los esposos, de las dificultades que conlleva la convivencia conyugal, de la voluntad de un Dios que quiere que lo que él ha unido, no lo separe el hombre. La realidad nos dice que son muchas las rupturas matrimoniales. Por eso, es bueno que la comunidad cristiana eleve su oración por los novios que buscan encontrarse a los pies del altar para darse el “sí quiero” y por los matrimonios que hace tiempo que formaron una familia.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Génesis. Dios supo desde el principio que no era bueno que “el hombre estuviera solo y que iba a hacerle alguien como él que le ayudase”. Y que un día, cuando llegase el momento, el hombre dejaría a su padre y a su madre y se uniría a su mujer y “serían los dos una sola carne”. ¡Ojalá que las familias cristianas ayuden a sus hijos a asumir esta vocación con sus palabras pero, sobre todo, con el testimonio de su propio ejemplo!
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, nos ha hablado del Jesús que fue coronado de gloria y honor después de haber pasado por la pasión y la muerte en la cruz. Una pasión y una muerte en la cruz que iba a guiar a muchos a la salvación. Fijemos nuestra mirada en el Cristo clavado en la cruz y hagamos que brote en nuestro corazón un sentimiento de una inmensa gratitud por lo que Él hizo por nosotros.
El relato del evangelio de Marcos está unido al mensaje de la primera lectura. Jesús les recuerda a sus oyentes que, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Y, porque no es fácil, muchas veces, mantener esa unidad, recemos por todas las parejas para que sepan reencontrar, si es que lo han perdido, el camino del amor, del perdón y de la fidelidad compartida, que les devuelva la felicidad primera.
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