HOMILÍA
En un fin de semana en el que cambia la hora, sí, pero en el que la Palabra de Dios sigue llegando, un domingo más, hasta nosotros, se nos habla de lo que el Señor nos quiere hacer llegar a todos y a cada uno de nosotros. Junto a ello, vamos a dirigir nuestra mirada también a la Solemnidad de Todos los Santos que celebraremos el día uno de noviembre y a la Conmemoración de los Fieles Difuntos, al hecho de poner de nuevo junto al corazón, a tantos seres queridos que nos han ido dejando con el paso de los años. Recemos por ellos siempre y en todo momento.
La primera lectura la hemos tomado del libro del profeta Jeremías. Aunque es un personaje que, habitualmente, anuncia un futuro difícil para todo su pueblo que puede ser llevado al destierro, las palabras de hoy anuncian un mensaje que encierra frases como esta: “Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!” Seamos nosotros como él: anunciemos un presente y un futuro mejor para todos y hagámoslos posible con nuestras palabras y acciones.
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, nos habla de cómo, hasta el mismo sumo sacerdote, está sujeto a debilidades y, por eso, puede comprender mejor a los ignorantes y extraviados. Mirémonos a nosotros mismos, descubramos nuestros fallos y defectos y seamos comprensivos con aquellos que pasan por la misma realidad.
El relato del evangelio de Marcos nos recuerda al ciego que está sentado pidiendo limosna y arrastrando el sufrimiento que le acarrea su ceguera. Un día se encontró con Jesús y le pidió que le curara. El corazón compasivo del Maestro dejó su huella en aquel hombre que experimentó la inmensa alegría de recobrar la vista. Nosotros no podemos hacer milagros, no, pero podemos hacer el bien y ser signos del amor de Dios.
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