HOMILÍA
Celebramos este domingo junto a la Solemnidad de Todos los Santos y a la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Que el gozo por los santos que en el cielo están y la plegaria que aplicamos por los seres queridos que nos fueron dejando, nos ayuden a vivir esta jornada en toda su plenitud. El futuro próximo dominical nos hablará del Día de la Iglesia Diocesana y de la Jornada Mundial de los Pobres que estableció en su día el Papa Francisco. Fijémonos ahora en el contenido de las lecturas que acabamos de escuchar.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Deuteronomio. El autor le recuerda a su pueblo que cada familia debe educar a sus miembros en el amor y respeto al santo nombre de Dios. Ese es el mandamiento principal que ha de ser cumplido con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Podemos amar o no amar a Dios. Pero, si lo hacemos, hagámoslo como se nos pide: de verdad, poniendo en ello todas nuestras energías.
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, mira hacia Jesús y viene a decir que: “Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”. Por eso, que una inmensa ola de gratitud salga de nuestro corazón cuando estemos ante un Cristo crucificado.
El relato del evangelio de Marcos nos ha mostrado el resumen más perfecto de nuestra vivencia cristiana: «El primer mandamiento es este: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». ¿Por qué no dedicar unos momentos de este domingo a reflexionar sobre ellos?
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