HOMILÍA
El domingo pasado recordábamos que Manos Unidas, Campaña contra el Hambre, pedía nuestra colaboración para hacer posible un proyecto de desarrollo sanitario y nutricional en una región al sur de Angola, un país africano. Esa Campaña contra el Hambre no es solo cosa de un día al año. Por eso, es bueno que sigamos preguntándonos cómo podemos seguir colaborando y haciendo llegar nuestra ayuda y nuestra solidaridad. Abramos nuestros ojos, descubramos necesidades y compartamos lo que tenemos con los necesitados de lejos pero también con aquellos que conviven con nosotros.
La primera lectura la hemos tomado del profeta Jeremías. Nos invitaba a poner nuestra confianza y nuestra seguridad en el Señor. Claro que las personas que están a nuestro lado deben ser objeto de nuestra atención y que, de esas mismas personas podemos recibir la ayuda que podamos necesitar a nuestra vez. Pero bueno es que depositemos, de un modo especial en el corazón de Dios, que nunca nos ha de fallar, nuestros problemas y dificultades de la vida.
La segunda lectura, de San Pablo a los Corintios, nos hablaba de la resurrección de Jesús y de nuestra propia resurrección. Y lo hacía porque algunos, en su tiempo, dudaban de que nuestra resurrección fuera a tener lugar. El apóstol les recuerda que la resurrección de Jesús es primicia de nuestra propia resurrección. Tras la muerte, están los brazos de aquel que, tras pasar por la cruz, volvió a la vida.
El relato del evangelio de Lucas ha hecho referencia a lo que constituye el corazón del Evangelio: Las Bienaventuranzas. Son Bienaventurados aquellos que viven en la pobreza, que pasan hambre, que lloran, que son perseguidos a causa de su fe. Y lanza una advertencia a quienes, desde la paz que les dan sus riquezas, viven al margen de los necesitados.
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