HOMILÍA
El camino de la Cuaresma nos abre infinitas posibilidades para cambiar, para ser mejores, para acercarnos más a Dios y a los demás, para vivir un día el gozo de la Pascua de Resurrección. No desaprovechemos la ocasión. La pereza puede ser un enemigo a vencer, es verdad, pero contamos con la ayuda del Señor para que nuestro esfuerzo dé fruto abundante. El sagrario nos espera en cualquier iglesia y, dentro de él, el Jesús Eucaristía. Busquemos tiempo para estar a su lado, para pedirle que nos acompañe y nos dé fuerza.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Éxodo. En el encuentro de Moisés con el Señor, este le llama para una misión muy especial. El pueblo de Israel está sufriendo una dura esclavitud y necesita un guía que le anime a ponerse en marcha hacia una tierra prometida, hacia una libertad gozosa. Moisés se pone a disposición del Dios que le llama. El pecado es el que nos esclaviza hoy a nosotros y, como el pueblo de Israel, también nosotros somos invitados a conquistar esa libertad que nos permita vivir en paz y en fraternidad.
La segunda lectura, de San Pablo a los Corintios, nos recuerda que todos los miembros del pueblo de Israel tuvieron las mismas oportunidades para salir de la esclavitud y para caminar hacia una nueva tierra, pero no todos las aprovecharon de la misma manera. La cuaresma es igual para todos nosotros y a todos nos ofrece las mismas gracias, pero quizás no todos la vivamos de la misma manera. Pensemos.
El evangelio de Lucas nos ha enseñado dos cosas importantes: por un lado, que es necesaria la conversión y, por otro, que el Señor tiene una inmensa paciencia con cada uno de nosotros, pero que no podemos abusar de ella. Esa higuera que somos todos está llamada a dar fruto y no podemos dejar pasar el tiempo, indefinidamente, sin pena ni gloria.
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