HOMILÍA
El pasado domingo tuvimos la oportunidad de celebrar el llamado “Día de la Palabra de Dios”. Esa Palabra que escuchamos, juntos, cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía. De una manera especial, los domingos y los días de fiesta y solemnidades. Hoy han llegado a nuestros oídos los textos bíblicos del cuarto domingo del tiempo ordinario. Es bueno, no solo meditarlos en el día en el que son proclamados, sino también volver sobre ellos a lo largo de la semana siguiente y pedirle al Señor que nos ayude a entender y comprender su sentido y a descubrir lo que él nos quiere decir a cada uno.
La primera lectura la hemos tomado del libro del Deuteronomio. Moisés, el que lideró la liberación de la esclavitud de Egipto, pone en boca de Dios esta frase: “El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharéis.” Hoy también, ese mismo Dios, suscita personas que reflejan y comunican su voluntad. ¡Qué bueno es poderlas descubrir, escucharlas con atención y llevar a la práctica sus enseñanzas! ¡Qué bueno sería también que, cada uno de nosotros, pudiéramos ser la voz de Dios para nuestros hermanos!
La segunda lectura, de San Pablo a los Corintios, ha recogido un pensamiento del Apóstol. Él sabe que hombres y mujeres están llamados a unirse en el sacramento del Matrimonio. Pero también es consciente de que, aquellos que han dado al Señor, en exclusiva, su corazón, su tiempo, su fuerza y sus energías, son más libres para dedicarse a trabajar por el Reino de Dios. Cada uno deberá descubrir su vocación.
El relato del Evangelio de Marcos nos ha transmitido las primeras enseñanzas de Jesús. Unas enseñanzas que suscitan, en ocasiones, la animadversión de sus enemigos; pero no podrán contra aquel que sabe hablar con autoridad. La autoridad que le da su coherencia y su fidelidad
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