« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
HOMILÍA
Domingo tras domingo nos reunimos en torno a la mesa del altar para celebrar la Eucaristía, para escuchar la Palabra de Dios, para hacer nuestros los problemas y necesidades de los demás rezando por ellos. No nos olvidamos de los difuntos, de esos seres queridos que un día fueron llamados a la casa del Padre. Sigamos haciéndolo así, recordando el testimonio de unos mártires de los primeros siglos de la Iglesia que, en plena persecución contra los cristianos, respondieron al magistrado que los juzgaba: “Sine dominico, non possumos”. Es decir, sin el domingo no podemos pasar. Sintamos la necesidad de encontrarnos cada domingo para seguir creciendo en fe y en fraternidad.
La primera lectura la hemos tomado del libro del profeta Isaías. Un texto breve, en el que el Señor nos invita a acudir a su llamada, a beber esa agua que calme nuestra sed de felicidad, a escuchar esas palabras que llenen de paz nuestro corazón, a firmar ese pacto de amor con él. No tengamos nunca miedo de acercarnos al Señor. No nos echará en cara nuestros pecados y nuestras infidelidades. Todo lo contrario: Nos llenará de perdón y de misericordia. Y lo hará sin medida, porque nos ama así. No busquemos fuera de él, lo que solo él es capaz de darnos.
La segunda lectura, de San Pablo a los cristianos de Roma, nos ha hablado de la situación que vivían aquellos antecesores nuestros en la fe: Estaban siendo perseguidos. Habían optado por Jesús y eso le había puesto en el punto de mira de los perseguidores. Pablo les escribe para reconfortarles. Nadie les podrá apartar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Tendrán persecuciones, padecerán tribulaciones, vivirán con angustia, pero nada les podrá apartar del amor que Cristo Jesús les tiene. También a nosotros la vida nos puede traer dolor y sufrimiento pero, tengamos el convencimiento, de que no estamos abandonados de la mano de Dios. Él está siempre a nuestro lado.
El relato del Evangelio de San Mateo nos ha contado el episodio de la multiplicación de los panes y de los peces a una inmensa multitud que habían buscado y escuchado a Jesús. Un muchacho aportó lo poco que tenía: cinco panes de cebada y un par de peces. Lo suficiente para que Jesús hiciera el milagro. Ante tantas necesidades como hay en nuestro mundo, podemos pensar que, lo que tenemos, es insuficiente. No tengamos miedo. Aportemos eso que tenemos. Él hará el milagro.