« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas propias del segundo domingo de Pascua, una jornada que recibe también el nombre de “Domingo de la Divina Misericordia”. En este día, hacemos hincapié en el amor que Dios nos tiene, en cómo pone su corazón en nuestra pobreza, en nuestra miseria, en nuestra realidad y la hace suya. Saberlo, tomar conciencia de ello, nos ha de llevar a sentir una inmensa gratitud. No estamos solos. El Señor nos compaña. Sabe de nuestra fragilidad, de nuestras limitaciones, de qué barro estamos hechos y, quizás por ello, se vuelca en llenarnos de cariño y de ternura. En este tiempo de Pascua, recién estrenado, disfrutemos con el amor que el Padre de los cielos nos hace llegar en forma de consuelo, de bálsamo, de paz interior, de cercanía.
La primera lectura la hemos tomado del libro de los Hechos de los Apóstoles. En ella, hemos visto las primeras actuaciones de los amigos de Jesús, ya sin su presencia visible. Anuncian la Buena Noticia de la Resurrección del Maestro y curan a los enfermos que la gente les acerca porque piensan que el don de curar de Jesús ha pasado también a los que estuvieron con Él desde el principio. Y, todo eso, hace que el número de los cristianos vaya aumentando poco a poco. También nosotros estamos llamados a dar testimonio de Jesús Resucitado con nuestra palabra y con esas obras que buscan el bien de todos. No podemos, como ellos, hacer milagros, es verdad. Pero, si podemos ayudar al que lo necesita, estar cerca del que sufre, consolar al que llora.
La segunda lectura nos ha venido del libro del Apocalipsis, un libro lleno de imágenes y de símbolos. Nos ha transmitido palabras del propio Jesús que nos decía cómo “estaba muerto y ahora vive por los siglos”. La muerte no fue el final del camino para Jesús, como no lo será tampoco para cada uno de nosotros. Nuestra esperanza, como cristianos, no se basa en vanas ilusiones sino en las palabras claras y rotundas del propio Jesús en quien hemos depositado nuestra fe.
El relato del evangelio de Juan ha tenido dos partes. En la primera, Jesús se aparece a los suyos para llenarles de una inmensa alegría y para hacerles agentes de reconciliación y de paz en medio del mundo. En la segunda, el protagonista junto a Jesús es el apóstol Tomás que, no habiendo estado la vez anterior, se niega a creer lo que le aseguran los demás. Jesús se dirigirá directamente a Tomás y le invitará a hacer lo que él había afirmado que necesitaba para creer: ver y tocar. El apóstol incrédulo terminará por postrarse a los pies de Jesús y de decir esas palabras que muchos repiten en el momento de la consagración de la Misa: “Señor mío y Dios mío.” Palabras a las que seguirán otras del propio Jesús: “Dichosos los que crean sin haber visto.” Dichosos nosotros, pues, que, sin haber visto a Cristo, creemos y confiamos en Él.