« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
HOMILÍA
En víspera de la festividad de Todos los Santos y de la Conmemoración de los Fieles Difuntos, celebramos la eucaristía de este domingo treinta y uno del tiempo ordinario. Un domingo que llega a nuestras vidas y a nuestras personas con un mensaje del Padre Dios para cada uno de nosotros. Recordemos lo que acabamos de escuchar y preguntémonos por los caminos que estamos llamados a recorrer, por las actitudes y los comportamientos que debemos asumir.
La primera lectura la hemos tomado del libro de la Sabiduría. Hemos sido testigos de la oración de un sabio. Un sabio que reconoce la pequeñez del mundo en el que vive y la grandeza del creador. Un sabio que conoce como nadie el modo de actuar de ese Dios de cuyas manos salieron todos los seres. Le describe como un Dios que ama lo que ha creado, que se compadece de todos porque es poderoso, que conserva las cosas en su existencia; que perdona, porque a los perdonados los siente como suyos; que corrige a los que se equivocan y les llama a la conversión. Sintámonos amados por este Dios. Sabemos que estamos en sus manos, que somos importantes para Él. Que, a cada uno, nos ama con un amor único e irrepetible. Y respondamos con amor al amor que Él nos da.
La segunda lectura la hemos tomado de la segunda carta que el apóstol Pablo escribió a la comunidad cristiana de Tesalónica. En esa comunidad muchos creían en una venida inminente de Jesús y estaban alterados. Algunos, incluso, había dejado de trabajar. Pablo trata de tranquilizarles. Les pide que vivan su fe en Jesús de tal manera que el Padre Dios sea glorificado con ese comportamiento. Hagamos nosotros lo mismo. Vivamos con paz nuestra fe, nuestra pertenencia a la comunidad cristiana, nuestra vida de familia, de trabajo. Si lo hacemos así, siempre estaremos preparados para cuando se produzca esa venida de Jesús que, a nivel particular, tendrá lugar el día de nuestra muerte.
El relato del evangelio de Lucas nos ha hablado del encuentro de Zaqueo con Jesús. Zaqueo, consciente de que su vida no es como debería ser, busca a Jesús, le invita a su casa y a su mesa y le hace una promesa de cambio total en sus actitudes y en sus comportamientos. El Dios amigo del perdón, del que nos hablaba la primera lectura, se hace presencia visible en la persona de Jesús que acoge, que perdona, que salva a Zaqueo. ¡Ojalá que cada uno de nosotros sepamos imitar a Zaqueo y, como él, busquemos a Jesús, le invitemos a esa casa que es nuestro corazón y le pidamos que nos ayude a cambiar, a ser como El quiere que seamos! ¡Ojalá que de nosotros se pueda decir también que “Hoy ha sido la salvación de esta casa, de esta persona, porque sabemos que Jesús ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido!