« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |

HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas del cuarto domingo de cuaresma. Un domingo que nos habla de Jesús como luz. La luz que todo hombre necesita para encontrar la verdad, para alcanzar la salvación. Un domingo que nos acerca a las grandes celebraciones de la Semana Santa. Por todo ello, es bueno que intensifiquemos nuestra preparación cuaresmal, nuestra oración, nuestra reflexión. También nuestro encuentro con el Señor en el sacramento del Perdón y de la Reconciliación. Bueno es también que participemos en la celebración de la eucaristía diaria, que meditemos esa Palabra de Dios que, en esos días, se nos proclama.
La primera lectura de este domingo la hemos tomado del libro de Samuel y nos ha relatado la historia de la elección de David como rey de Israel. David era el más pequeño de los hermanos, el que socialmente menos derechos podía tener, pero es el que, finalmente, es elegido. Y es que Dios no se deja llevar por criterios humanos y muestra su preferencia por los últimos, por los pequeños, por aquellos que, humanamente, no cuentan. La Biblia está llena de ejemplos en este sentido. Bueno es que, en esta cuaresma, nosotros nos hagamos pequeños, practiquemos la humildad, reconozcamos que no somos ni más ni mejores que los demás. Si lo hacemos así, el Dios de los humildes, se fijará en nosotros, nos mostrará su predilección.
La segunda lectura la hemos tomado de la carta que el Apóstol Pablo escribió a la comunidad cristiana de Éfeso. Les habla de cómo, antes de conocer a Jesús, vivían en tinieblas, en el desconocimiento de la verdad y de cómo ahora, que ya lo conocen y lo aman, viven en la luz. Eso sí, quien conoce a Jesús, quien vive en la luz, ha de estar dispuesto a practicar toda una serie de virtudes: la bondad, la justicia y la verdad. Pensemos cuánto abundan estas tres realidades en nuestra vida y hagamos todo lo posible por hacerlas nuestras.
El relato del evangelio nos ha presentado el relato de la curación del ciego de nacimiento. Jesús abre los ojos del ciego, le muestra la luz, hace posible que vea y el ciego se postra ante Él, reconociendo la grandeza y el misterio de la persona que tiene delante. Pidamos nosotros al Señor, en esta cuaresma, que abra nuestros ojos para descubrirle presente y cercano en nuestra vida y en las vidas de aquellos que están a nuestro alrededor; sobre todo, en los que sufren, en los que viven en la pobreza, en los últimos de este mundo. Y, aunque nosotros no podamos hacer milagros del calibre del que los hacía Jesús, sí podemos hacer mucho bien a los que están a nuestro alrededor escuchándoles, acompañándoles, haciéndoles sentir nuestra presencia cercana. La conversión que toda cuaresma nos pide, pasa por cambiar nuestro egoísmo en generosidad, nuestra egolatría en saber compartir.