« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
HOMILÍA
Poco a poco, el paso de los días nos está llevando a los cristianos a vislumbrar la gran fiesta de la Pascua a la que esperamos llegar con un corazón nuevo, lleno de amor a Dios y de amor a los demás. En este cuarto domingo de cuaresma dejemos que, el mensaje de las lecturas que acabamos de escuchar, nos ayuden a descubrir a Jesús, a seguir sus huellas, a desvelarnos el rostro del Padre Dios. ¡Ojala que este mensaje nos acompañe a lo largo de toda la semana!
La primera lectura le hemos tomado del libro de Josué. El pueblo de Israel está ya en la nueva tierra y han comido el pan y los frutos allí encontrados. Celebran la fiesta de la Pascua judía que conmemoraba su salida de Egipto, su liberación. También nosotros estamos llamados a celebrar, muy pronto, la fiesta de la Pascua de Resurrección, después de haber pasado por este desierto de purificación, de reflexión y de oración que es el tiempo de la cuaresma. Aprovechemos estos días. Dediquémonos tiempo a nosotros mismos. Busquemos tiempo para la plegaria, para la reflexión, para el encuentro con Dios en los sacramentos. De una forma especial en los de la Confesión y en la Eucaristía.
La segunda lectura, de San Pablo a los cristianos de Corinto, nos ha repetido una y otra vez una palabra muy propia de este tiempo cuaresmal. Ha sido la palabra “reconciliación.” La cuaresma nos pide que nos reconciliemos, que hagamos las paces, que recuperemos la amistad perdida con el Señor y con los demás. Reconciliarse es volver a la unidad, es ser uno con el otro, es pedir perdón y perdonar. Y esto, es verdad, no es fácil para nadie. Por eso pidámoselo al Señor. Él nos dará su fuerza y su ayuda para vencer nuestro egoísmo y reconocer al otro como un hermano. Y la paz inundará los corazones de todos y nos sentiremos mejor y nos llegaremos a preguntar ¿cómo es posible que hayamos podido vivir enemistados los unos con los otros con todo el sufrimiento que eso lleva consigo?
El relato del evangelio de Lucas nos ha recordado la parábola de Hijo Prodigo o mejor la parábola del Padre Bueno. Jesús nos quiso mostrar con ella el rostro del Padre Dios, el amor que conmueve su corazón, el perdón que nos ofrece antes incluso que se le pidamos, su alegría sin límites cuando nos ve llegar de nuevo a su casa. Si alguna vez hemos imitado al hijo que se va de casa o al hijo que protesta por el perdón incondicional que el Padre ofrece al hermano…sepamos que el Padre está ahí para abrazarnos también a nosotros. Un abrazo que sabe a perdón, a vuelta a casa, a banquete, a fiesta, a alegría.