« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
HOMILÍA
Hemos escuchado las lecturas del domingo que hace el número quince del tiempo ordinario. El Señor nos sigue hablando a pesar del calor veraniego, de las vacaciones que muchos han emprendido. Y es que nuestra relación con Él no se interrumpe nunca. Dejemos que su palabra cale hondo en nuestros corazones, que nos dé paz y descanso; que nos impulse a ser fieles. Vamos a pedírselo así a Santa María nuestra Madre en este día en el que celebramos una de sus festividades más populares y entrañables: la de la Virgen del Carmen, faro y guía de los navegantes y de todos aquellos que surcamos las aguas de esta vida, llena, muchas veces, de tormentas.
La primera lectura la hemos tomado del libro del profeta Isaías. Se dirige a su pueblo para recordarles que la Palabra de Dios es siempre viva y eficaz y que se hace realidad de la misma forma que esa lluvia que, empapando la tierra, la llena de vida, de flores y de frutos. La Palabra de Dios es como una semilla que cae en esa tierra que son los corazones de los seres humanos. Es verdad que siempre está nuestra libertad y que podemos aceptar o rechazar esa palabra pero, si la aceptamos, fecundará nuestra corazón y se convertirá en una luz que guiará nuestros pasos, aún en medio de las contrariedades de la vida. No desaprovechemos la oportunidad de preguntarnos qué es lo que el Señor nos está diciendo cada vez que nos ponemos en contacto con el texto sagrado o reflexionamos sobre los hechos de la vida.
La segunda lectura, de San Pablo a los cristianos de Roma, nos ha hablado de la gran diferencia que existe entre nuestra vida aquí en la tierra llena, muchas veces, de dificultades, de problemas, de sufrimientos y penalidades y la gloria que Dios nos tiene reservada en el cielo. “Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.” Con la ayuda del Señor, afrontemos esos momentos malos, sabiendo que, la felicidad que nos tiene reservada, superará con creces lo que hayamos podido sufrir.
El relato del evangelio de San Mateo nos ha recordado la parábola del sembrador. Un sembrador que es el mismo Jesús. Una semilla que es su Palabra. Y distintos tipos de terrenos que podemos elegir ser cada uno de nosotros. Si yo elijo ser tierra llena de piedras o de zarzas, o tierra de camino endurecida por el paso de miles de personas, esa semilla no germinará o no llegará a dar el fruto esperado. Pero, si yo elijo ser buena tierra; si quito de mí las piedras, las zarzas y todo lo que me impida acoger la semilla, la Palabra de Dios penetrará en mi vida, dará fruto. Pensemos, en este día, qué tipo de tierra soy y cuál es el que quiero ser. Y recemos para que el Señor nos ayude a limpiar esa tierra de nuestro corazón porque Él quiere llegar hasta cada uno de nosotros.