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EL BAUTISMO DE JESÚS Y MI BAUTISMO
La Liturgia nos hace dar un gran salto, silenciando la vida oculta de Jesús, que la resume en estas palabras: "Y Jesús, iba creciendo en sabiduría, en estatura y gracia ante Dios y los hombres". (Lc. 2.52) Vivió en Nazaret. Por eso le llamaron el Nazareno. Trabajó con San José y le llamaron el "hijo del artesano".
Y salió de su casa a decir al mundo la Buena noticia: que su Padre Dios nos quiere y que Él ha venido al mundo a enseñarnos cómo es este amor.
"La cosa empezó en Galilea..."
Con estas palabras comenta San Pedro, cómo fue el inicio de toda la revolución de Jesús. El Bautismo de Juan es el primer capítulo.
Era la presentación de Jesús en público, el comienzo del itinerario apostólico, y la firma del Padre a toda la personalidad de Jesús.
"Todos se preguntaban, si no sería Juan el Mesías..." El Bautista está causando un gran revuelo. Su vida, su atuendo, sus palabras eran una provocación. ¿Será el Mesías?
Y Juan se sitúa en la verdad. Sólo es el precursor: "No merezco desatarle la correa de las sandalias".
Y anuncia la diferencia del Bautismo: "Yo bautizo con agua. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego"
Jesús, también, recibió el Bautismo de parte de Juan y San Lucas señala tres detalles: "Mientras oraba se abrió el cielo". La oración lo abre siempre, pero este momento era excepcional.
"Bajo el Espíritu Santo sobre Él, en forma de paloma". Él siempre tenía la posesión del Espíritu, pero ahora el Padre quiere una manifestación solemne.
"Se oyó al Padre: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto". Era la complacencia del Padre. Aunque está en la fila como un hombre cualquiera, es el Mesías, el Siervo de Yavé, que hoy anuncia Isaías.
Nuestro bautismo
Lo de Jesús fue un gesto simbólico. Lo nuestro es un Sacramento, un momento tan decisivo en nuestra vida, que merece la pena recordarlo y celebrarlo. El Catecismo define los Sacramentos como: "Signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina" (1131).
El Bautismo es un nuevo nacimiento. Un "renacer por el agua y el Espíritu" (Jn. 3.5). Y todo bautizado puede decir como San Pablo: "Yo no soy quien vive. Cristo vive en mí" (Gal. 2.20).
Todo bautizado, nosotros mismos en esta mañana de acción de gracias por el Bautismo, podemos gritar a los cuatro vientos:
Yo soy un hijo de Dios. Lo llamo Padre con verdad. Siento la con- fianza del hijo. Aunque haya cosas que no entiendo, –cruces, enfermedades...– sé que Él siempre me quiere. "Habéis recibido un Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: Abbá, Padre". (Rom. 8.14).
Yo soy hermano de Cristo. San Pablo decía de Jesús que era "el primogénito de muchos hermanos" (Rom. 8.29). Jesús es grande. No puede ser más y yo puedo sentir el orgullo de saber que soy su hermano.
Yo soy Templo del Espíritu Santo. Dios va en mí y camina conmigo. Hace de mí su casa, su Catedral. "¿No sabéis que vuestro cuerpo es Templo del Espíritu Santo?" (1 cor. 6.19). Esto me invita al recuerdo constante del Señor y a la santidad de mi vida.
Yo soy un miembro de la Iglesia, del Pueblo de Dios, de la Comunión de los Santos, (1 Ped. 2.10). Me enriquezco con lo bueno de los otros. Siento la responsabilidad de los demás. "No mires a mis pecados, sino a la fe de tu Iglesia", rezamos en la Misa.
Seré heredero del cielo. ¿Adónde iré cuando me llegue la hora de la muerte, sino a la casa de mi Padre? San Pablo lo tenía claro: "Si hijo, heredero" (Rom. 8.17.18).
Y María es mi Madre. No puede ser de otro modo, si soy hermano de Jesús. ¡Muchas gracias, Señor! Y ayúdame a ser misionero. También a mí me has dicho: "Id al mundo entero a anunciar el Evangelio".
+ MONS. JOSÉ MARÍA CONGET