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IV DOMINGO DE CUARESMA
PARÁBOLA DEL MEJOR DE LOS PADRES
Así podíamos llamar a esta parábola. La llamamos del Hijo Pródigo, porque el joven protagonista fue un despilfarrador. Pero lo que sorprende es que este hijo, que llenó de tristeza el corazón de su padre, se lo hubiera encontrado a la vuelta, con esa actitud de generoso perdón. A través de la historia cristiana, a infinita gente este relato le ha llenado de esperanza y le ha abierto los ojos de la confianza en Dios.
Todos podemos pensar, que en cualquier circunstancia de la vida, lejos o cerca de Dios, Él es siempre el Padre que nos espera y se alegra de abrirnos la puerta de su corazón.
Lo bonito de este Evangelio es que Jesús quiere enviar este retrato de su Padre a los fariseos, escandalizados de que el Mesías se sentara a la mesa con los pecadores. Esa era la Buena Noticia de Jesús: que Dios es Padre y tiene misericordia con todos y una debilidad especial por los pecadores.
LOS TRES PROTAGONISTAS
El hijo menor. Es el pequeño de la familia. Le va la marcha. Y quiere irse de casa con todas las de la ley. Con el permiso del padre y el bolsillo lleno. ¡ A vivir que son dos días!. Mejor lejos, para que el padre no sufra.
Y lo vemos, pasado el tiempo, con hambre, sin un duro y de porquero, el trabajo más humillante para un judío.
Toda esa pendiente de desilusión, le hizo falta para "entrar en sí mismo" y tener la gran decisión de volver a casa. Su padre lo trataría, como a uno de sus jornaleros. Pobre muchacho, que no había conocido a su padre. Tal vez por eso se marchó. Y fue buena la aventura y su gran tropezón para que conociera mejor al padre.
El mayor. Es un trabajador fiel a las órdenes de su padre. Parece un solitario, poco comunicativo. Sólo pensaba en él. No había conocido a su padre, ni había sufrido con la ausencia del hermano.
Le escandalizó, –como a los fariseos–, que el padre hiciera fiesta por la vuelta. No siente la alegría de los otros. Como si le pudiera la envidia. Y sobre todo no se sentía en su casa, como quien vive en familia y comparte alegrías y penas.
El padre. Es una maravilla. "Hijo... todo lo mío es tuyo". Esa palabra vale para todos. Es el padre pródigo, el manirroto de la gracia. "Todo es vuestro. Pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios", (1 Cor.3.22).
Respeta la libertad del que se va, lo sigue de cerca con su amor, lo llena de gracias para que vuelva.
En la parábola, la vuelta está contada con cuatro trazos, que son todo un poema sobre la bondad de Dios: "lo vio de lejos, se conmovió, echó a correr, abrazándolo se lo comía a besos".
Le vuelve a dar todo lo que había perdido: el traje nuevo, el anillo, las sandalias de andar por casa. Y venga la fiesta.
Qué gozo de padre. Ese retrato sólo le cuadra al Padre de las misericordias, al Padre nuestro.
EL PADRE Y YO. EL PAPELÓN DEL MAYOR
Es lo más importante de este Evangelio. Que yo entienda y sienta que mi Dios es ése. Que si tuviera otra imagen de miedo, de desconfianza, de lejanía, tengo que cambiar.
Ante ese Dios digo cada día en la Misa: "Yo confieso que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión". Lo digo casi sin enterarme, pero merece la pena que caiga en la cuenta. Es verdad que soy esa calamidad. Pero al reconocerlo ante su misericordia, yo sé que me abraza y me perdona.
(Sería muy evangélico que con esta fe en el Padre, y un buen examen en esos puntos, –también en las omisiones–, me vaya al Sacramento de la penitencia y diga: "Padre... he pecado contra el cielo y contra ti")
Y con esta misericordia sentida sobre mi persona, nunca haré el papelón del mayor de juzgar duramente a los hermanos. Si Dios ha sido tan bueno y comprensivo conmigo, yo no podré ser de otra manera con mis hermanos. Nadie perdona mejor, que quien ha sentido el perdón de Dios.
Punto final. Parece que en aquella casa no había mujer. No se la nombra. En nuestra casa, que es la Iglesia de Jesús, tenemos una que nos quiere tanto que la llamamos Madre y refugio de pecadores.
+ MONS. JOSÉ MARÍA CONGET