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33 DOMINGO ORDINARIO
El Año litúrgico toca a su fin y en ese seguir a Jesús, paso a paso, para identificarnos con Él, hoy nos encontramos con que el Cristo, al que hemos visto crucificado y que salió victorioso del sepulcro, se nos manifiesta glorioso al final de los tiempos.
"Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo, con gran poder y majestad".
(Señor, soy de los tuyos. Me enorgullece que vengas así. Y que me convoques por tus ángeles a esa Fiesta que será el cielo. Te he fallado muchas veces, pero confío en tu misericordia. Espero oírte decir aquel día: "No temas. Soy yo")
Pero antes se bajará el telón.
Esa aparición gloriosa, que llamamos Parusía, –presencia victoriosa del Señor–, vendrá precedida por el fin del mundo. No se nos dice cuándo será. "El día y la hora nadie lo sabe... sólo el Padre".
El Evangelio describe el momento con tintes dramáticos, con un lenguaje de apocalipsis, misterioso y sorprendente para hacernos caer en la cuenta de la importancia del acontecimiento. "En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo..."
– Frente a este desenlace de la historia nos quedamos perplejos. Viendo cómo destrozamos la naturaleza, cómo crece la desertización, estropeamos los mares, llenamos de polución los aires, surgen enfermedades asoladoras, creamos armas destructivas, crece el hambre... nos parece lógico que este mundo se termine.
Y por otra parte, este mundo tan bonito, hechura de Dios embellecida por la mano del hombre, con tantos avances, con tanta historia menuda de bondad... nos hace presentir que no puede terminar en cataclismo. El Vat. II escribió: "Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y la humanidad. La figura de este mundo, afecta por el pecado, pasa. Pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra, donde habita la justicia". (G.S.39)
(Señor, lo que no tiene duda, aunque no sé ni cómo, ni cuándo, es que este mundo terminará para mí. Y quiero un final feliz. Mis ojos, que te han descubierto en la fe, llénalos del esplendor de tu Gloria. Deslúmbrame en el cara a cara del Cielo. Y mis oídos, que han oído tantas veces tu Palabra, que oigan tu Palabra definitiva: "Entra en el gozo de tu Señor". Y que todo mi cuerpo glorioso se estremezca de gozo, cuando me recibas como hijo pródigo, que llega a la Casa. Y yo que he formado parte de tu Iglesia en la tierra, pueda disfrutar con tu Madre de la familia del Cielo).
"Aprended lo que enseña la higuera..."
Con una parábola ilumina Jesús su enseñanza. Aunque no miremos al Calendario para saber que llega el 21 de marzo, lo notamos enseguida. “La primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido", dijo el poeta. Toda la naturaleza nos habla del tiempo nuevo.
Frente a ese misterio de Dios que viene a cerrar la Historia, hemos de abrir los ojos de la fe para entender que Él "está cerca, está a la puerta".
Y todo nos tiene que llenar de esperanza, en una prisa por hacer el bien y en una confianza de que nos quiere encontrar alerta, con los ojos bien abiertos al misterio de su venida.
– Prisa para hacer el bien. Tenemos que dejar mejor, hasta más bonito, este mundo. Si abrimos los ojos enseguida encontramos la mucha gente que necesita una primavera de amor. Ojalá, cuando el Señor venga nos encuentre así, haciendo más habitable este mundo. Anticipando a la tierra el cielo, que nos aguarda.
– Y siempre confianza. Él nos dijo: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre en su gloria... dirá a los de su derecha: "Venid benditos de mi Padre... tuve hambre y me disteis de comer..." (Mt. 25.24)
(Señor, ayúdame a descubrir esa primavera que anuncia el verano de la recolección en el cielo. Que el egoísmo no me encierre en mi casa. Enséñame que la Primavera que anuncia un final feliz la construimos todos los que queremos llenar la vida de esperanza, amando por encima de todo y siempre).
+ MONS. JOSÉ MARÍA CONGET