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24 DOMINGO ORDINARIO
A propósito del primer Mandamiento, un letrado judío le preguntó a Jesús: "¿Quién es mi prójimo?". Y el Señor le contestó, contándole la parábola del Buen Samaritano.
Hoy en el Evangelio, también con unas parábolas, les explica a unos fariseos ¿Quién es Dios?, al que no conocían. Se habían escandalizado de que Jesús acogiera a los pecadores y se sentara con ellos a la mesa.
PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA
Los lectores de la Biblia tenían motivos para saber cómo es Dios, que "no rompe la caña cascada, ni apaga la mecha que se extingue". (Is. 42.2)
En la Primera lectura aparece un Dios perdonador, cuando Moisés le pide misericordia para su gente. Era la imagen de misericordia del A.T. "El Señor es clemente y compasivo, paciente y lleno de amor" (Sal, 102.8) rezaban todos los judíos. En la segunda San Pablo da gracias porque Dios le ha perdonado.
Y en el Evangelio, a los fariseos escandalizados, con estas tres parábolas, Jesús les hace una radiografía del corazón perdonador del Señor.
– Dios Padre se parece a un pastor, que pierde sólo una de sus cien ovejas. La busca con desvelo y cuando la encuentra la pone sobre los hombros y contento lo comunica a toda la gente: "¡Felicitadme! He encontrado la oveja, que se me había perdido".
Para Dios todos somos importantes. Nos mira con tanto amor, que si nos alejamos no se queda esperándonos con los brazos cruzados. Nos busca hasta encontrarnos y nos deja en su Iglesia. (Si camino despistado ¿qué hago para dejarme encontrar por Dios?)
– Dios Padre es como aquella mujer, pobre de solemnidad, que perdió su moneda, su tesoro y buscó y rebuscó hasta encontrarla. No le cabía el gozo en el corazón por el hallazgo.
Todo este misterio de perdidos y encontrados para Dios, se da en el interior de cada corazón. Tal vez los otros, no sepan qué pasa en mí. Pero yo sé muy bien lo que Dios quiere de mi vida, cuál es mi situación y qué puedo hacer para que estalle de alegría el corazón de Dios. (Rezamos con Jeremías, 31.18: "¡Señor! Hazme volver y volveré")
"UN PADRE QUE TENÍA DOS HIJOS"
Aunque por brevedad, la Liturgia nos permite que no leamos esta Parábola, es tan bonita y tanta gente se ha sentido invitada por Dios con su lectura, que no la debemos dejar de leer. Si hay que abreviar, mejor es leerla despacio. Y sentirnos ese hijo pródigo. Cualquiera de nosotros, como él, más de una vez ha protagonizado esos cuatro momentos, que describe la Parábola.
- Vivíamos contentos en la casa del Padre. La gracia en el corazón y la paz en la vida. Todos los que hemos cultivado la amistad con Jesús, hemos vivido momentos felices en nuestra vida religiosa.
- Un día huimos de Él, nos fuimos de casa. Algo nos sedujo, nos pesaron los Mandamientos, se nos hizo difícil el seguimiento y lo abandonamos. Pusimos entre Él y nosotros o la frontera del pecado o la niebla de una vida sin ilusión.
- Algo nos abrió los ojos. Al hijo pródigo fue el hambre. A nosotros el remordimiento, la falta de paz, una lectura, una palabra. El Señor estaba allí: " Estoy a la puerta y llamo... Si alguno me abre entraré y cenaré con él".
- Volvemos a la casa del Padre. Sentimos su acogida en la Iglesia.
"¡Tus pecados están perdonados!"
El primer paso para volver a Dios es saber que Él nos quiere, que siempre nos ha querido y que se alegra, si de nuevo volvemos a Él.
¡Santa María, Portera del corazón de Jesús, déjanos la puerta entreabierta para que nos colemos!
+ MONS. JOSÉ MARÍA CONGET