« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
XXVII DOMINGO ORDINARIO
«LO QUE DIOS HA UNIDO QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE»
Esto dice Jesús en el Evangelio de hoy. Y muchísimas parejas realizan este ideal de vida matrimonial. ¡Dichosos ellos! Pero otros, por las mil razones de la vida, no han sido capaces de conservar este amor. No sin sufrimiento, con unas víctimas inmediatas, que son los hijos. Jesús nos propone hoy el ideal del matrimonio. La Iglesia lo predica y ayuda a que se consiga. Sin dejar de tener un corazón abierto a los que sufren por su fracaso matrimonial.
Pregunta y respuesta
Los judíos admitían el divorcio, que siempre lo solicitaba el varón.
Así lo plantea la pregunta que los fariseos hacen a Jesús.
– « ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?».
Lo que era discutible eran los motivos para la separación. Unos decían que todas las razones, hasta las más pequeñas, eran válidas. Otros creían, que los motivos para divorciarse, tenían que ser de mucho peso.
Jesús que quiere llevarles a una seria reflexión religiosa, les contesta con otra pregunta:
– « ¿Qué os ha mandado Moisés?».
Moisés les toleró el divorcio por su debilidad, «por su terquedad».
Pero les dice claramente, que no era éste el proyecto inicial de Dios, cuando creó al hombre y la mujer. No hay duda que en las páginas del Génesis el matrimonio es un proyecto de vida, que se realiza en la unidad,
«No son dos, sino una sola carne» y en la indisolubilidad: «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
Este era el ideal de Dios, que Jesús quería que lo entendieran sus discípulos.
El sacramento del matrimonio
Entre nosotros el matrimonio está santificado y garantizado por un sacramento:
– La palabra sincera de amor, que los novios se dicen al pie del altar, es el signo de un sacramento. Un signo eficaz. Dios se hace presente como en Caná de Galilea y convierte el agua de su amor, en un vino de gracia, de alegría y fortaleza. Dios con ellos, para llevar adelante el sueño de su vida: ser felices, haciendo felices a muchos.
– Los santifica. Les regala una gracia nueva, que les posibilita esa vida de amor y de entrega. La fórmula de Bodas es exigente: «Yo te amo y me entrego a ti, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida». Una gracia que los hace santos, en la fidelidad y fecundidad del amor humano.
– Garantiza. Hace posible esta fidelidad. El amor humano es siempre pequeño y voluble, aunque sea capaz de los mayores heroísmos. Y la gracia del Señor, que purifica y fortalece es la garantía de esta promesa. «El Señor que hizo nacer en vosotros el amor, confirme este consentimiento mutuo que habéis manifestado ante la Iglesia».
– No hay milagros. La gracia no cambia de naturaleza. Por eso los casados cristianos saben, que el matrimonio es un don de Dios, pero es un trabajo de cada día. Exige cuidar todos los detalles, que hacen crecer el amor. Y no puede faltar la oración de cada día, que ayuda a purificar el corazón y llenarlo de energías.
El compromiso del amor
El día de la boda, la Iglesia que participa del romanticismo de los novios, sólo les hace una pregunta: ¿Os queréis?
Si hay amor y no sólo deseo, o instinto que empuja, si el amor se ha probado en el sacrificio y en la fidelidad, todo será fácil.
Si el amor se cuida y se hace crecer cada día, no hay problema. No faltarán dificultades, pero sobrará generosidad.
Por eso las parejas suelen leer alguna página de San Pablo, que aclare la verdad del amor. «Maridos amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia» (Efe. 5.25). Un amor total, desprendido, sacrificado...
O esa otra página, que tanto gusta a los novios: «El amor es comprensivo, es servicial, no tiene envidia... no se irrita, no lleva cuentas del mal... Disculpa sin límites. El amor no pasa nunca» (1 Cor. 13.4-8).
No es fácil este amor, pero es el amor, que los novios cristianos confiesan al pie del altar y para el que se preparan a lo largo del noviazgo. Cuando el novio y la novia, en el altar, dicen te amo, mirándose a los ojos, quieren decir todas estas cosas.
En las Bodas de Caná, dijo la Virgen a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga». Y esta palabra es la que garantiza la felicidad del matrimonio. La fidelidad a Jesús, que dio a los novios la vocación al Sacramento del Matrimonio.
+ MONS. JOSÉ MARÍA CONGET