« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
30 DOMINGO ORDINARIO
Este grito del ciego del Evangelio, hoy, quiere estar en todos nuestros labios. Nos sentimos seguidores de Jesús, queremos identificarnos con Él, aunque seguir sus huellas se hace difícil y necesitamos los ojos de la fe, que sólo Él nos los puede dar.
En los domingos anteriores, caminando con Él hacia Jerusalén, hemos recibido luz sobre problemas esenciales a la vida del hombre:
El matrimonio: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Hay un proyecto de Dios. El dinero «Vende lo que tienes... dáselo a los pobres». Se nos invita a compartir con los más necesitados.
El poder «El que quiera ser grande... se haga servidor de todos». Un escalafón al revés del de este mundo.
Y ahí estamos, como el ciego del camino, envueltos en la manta de nuestra limitación y sólo necesitamos que Jesús, que siempre está pasando, oiga nuestros gritos, cure nuestra ceguera y nos dé la riqueza de la fe. Un cambio de retina: ¡Maestro, que pueda ver!».
El itinerario del ciego
La lectura del Evangelio nos muestra el camino que recorrió este hombre, hasta poder dar salto de alegría y convertirse en seguidor de Jesús. Un camino abierto a todos nosotros.
- Sentir necesidad de Jesús. Es un requisito previo. Sólo se cura quien se siente enfermo. Hay gente que no siente esa necesidad de la fe. Tal vez les llenan las cosas, lo único que ven: el dinero, el trabajo, la di- versión...
Otros están satisfechos con su vida religiosa, no tienen mayor inquietud. Cumplen y les basta. No oyen los pasos de Jesús.
Hay quien no está ciego del todo, pero se conforma con una discreta miopía. Hace su fe compatible con tantas cosas. No le inquieta la santidad, los ojos limpios para ver a Dios.
El ciego encontró obstáculos en su acceso a Jesús. Ojalá a nadie nuestra vida le impida ver al Señor.
- Llamarle a gritos. Tenemos que rezar. A veces la fórmula, el rito, la costumbre, la rutina... hace que la oración no llegue a Jesús.
Llamarle a gritos quiere decir, que desde nuestra necesidad y con toda el alma lo rezamos. Lo decimos muy bien con el salmo «Desde lo hondo grito a Ti, Señor...».
- Creer en la Iglesia. El ciego necesitó gente que le acercara a Jesús. Para nosotros hay una mediación necesaria, que es la Iglesia. No está de moda. Hay quien cree que le estorba, que va mejor por libre. Pero es a la Iglesia, a los hombres y mujeres, a los sacerdote de la Iglesia... a quienes el Señor ha concedido esta mediación. La fe, la luz, el perdón, la riqueza de los sacramentos, el cuidado de María... han sido confiados a la Iglesia.
- Dejar que el Señor se acerque. Eso le pasó al ciego. Nunca está lejos, pero hay momentos que sentimos más su cercanía. Tenemos que ir a su encuentro. En la Palabra, en la Eucaristía, en los hermanos creyentes, en la acogida de los necesitados, en el acompañamiento a los débiles... ahí lo encontraremos y ahí nos puede curar.
- Tirar el manto y echar a correr. Cada uno sabe qué tiene que dejar, qué es lo que le impide el paso a Jesús: puede ser la tibieza religiosa, la pereza, el egoísmo, los criterios estrechos, la seguridad en el propio hacer.
En la fidelidad a este itinerario de búsqueda, estamos con Jesús: más tarde o más temprano se nos manifestará en toda su fuerza.
Le seguía por el camino
El ciego Bartimeo, recobrada la vista, se enroló en la comitiva de Jesús. Los ojos nuevos le hacen: descubrir al Maestro.
Sólo se puede seguir a Jesús con ojos nuevos. Mejor dicho, con estos ojos, los de la fe, no se puede dejar de seguir a Jesús.
Este domingo es el DOMUND. Este grito, ¡Maestro, que pueda ver!, lo diría si lo conocieran, millones de hombres que no han oído hablar de Jesús. Y decíamos, que «Jesucristo, es un derecho de todo hombre». Que el DOMUND no sólo sea un domingo al año, sino todos los días.
+MONS JOSÉ MARÍA CONGET